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Maratona de los Dolomitas 2015. Las montañas más bellas del mundo

Los Dolomitas. El Giro. Las montañas. Para un amante del ciclismo el Tour es la competición, pero el Giro y sus puertos es la belleza, la dureza, el sueño. Pero La Maratona De Los Dolomitas es capaz de alterar el pulso hasta al más profano y regalar una semana de ciclismo, emoción y sueños de los que ninguno de los 20 viajeros de Ciclored quiso despertar.

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Sólo hace falta entrar en los Dolomitas desde Bolzano camino a Val Gardena. La carretera se comienza a empinar. Las montañas vuelcan toda su belleza. Los árboles se transforman en rocas. Las cunetas se pueblan de compañeros ciclistas. El síndrome de abstinencia del cicloturista alcanza sus cotas máximas y reza por llegar lo antes posible al Hotel Tablé de Corvara para poder montar en bicicleta.

No le detiene ni la tormenta vespertina. Sólo un ratito. Aunque sea camino de la recogida de dorsales. Pedalear en el paraíso. Y luego a la ducha y a esperar al resto de los viajeros del Team Ciclored. Era la primera noche y en el Hotel Tablé habían preparado una cena de órdago. Buffet de entrantes, primer plato, segundo plato y buffet de postres…. energía para la semana ciclista que nos esperaba.

PASSO DELLE ERBE Y MARATONA DLS DOLOMITAS

Había que cumplir tradiciones. El sábado tocaba ‘estirar piernas’ con la mente puesta en La Maratona dls Dolomitas. Probar la máquina en las rampas dolomíticas. Adaptarse al esfuerzo, sudar y comprobar que todo estaba en su sitio. El lugar, el Passo delle Erbe. Casi desconocido, fuera del circuito de La Maratona, pero bello por sí solo.

Tiempo para las primeras sensaciones, risas y grupettos. Los ‘colombianos’ de Utiel, Ana y Santi (navarros con buena genética ciclista), Pedro Pablo y Osvaldo (que repetía experiencia) no quisieron perder la cabeza. Por detrás la tranquilidad de David Moreira y Josep, especialistas en horas de bicicleta a ritmo constante. Las buenas piernas de Jesús y Marisa (que ya se habían escapado el día anterior a rodar). El sentido de la responsabilidad de Guillermo, pensando en su rodilla. El paseo por el paraíso de los dos Eduardos y la pausa de Pedro (que ya tiene la Roubaix en sus piernas).

No hace falta alcanzar la cima para observar la belleza. Foto, calor y retorno al Tablé previo paso por la zona de dorsales. Había que descansar, ver el Tour y compartir experiencias en el briefing antes de la cena. Más alimento para la Maratona.

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La Maratona es tan especial que a nadie le cuesta levantarse a las 04.30 para desayunar. Los cuerpos brincan como un resorte de la cama. En la zona de comida hay un buffet que invita a cargar alimentos para hacer dos Maratonas seguidas. Más tranquilidad que tensión. Incluso David Ortega se sorprende con los platos de pasta que hay preparados. En su primera grande y no será la última. Sólo hay que comer, comer, vestirse, rodar 10 minutos y ya estamos en la salida. Manguitos y chaleco para la primera hora. 06.30. Chupinazo, que no tiene nada que envidiar al de San Fermín, y 20 minutos esperando a dar la primera pedalada (y eso que estábamos en el cajón Pinarello, el tercero).

Salida sin tensión ni peligro. Es sencillo. Tooodo cuesta arriba. Campolongo a ritmo de muro de Flandes. Pordoi y sus tornantis a disfrutar del paisaje. Por la izquierda los holandeses se empeñaban en adelantar por la cuneta. No hay espacio. Da igual. En la cima se comienza a aclarar el pelotón. Bajada técnica y rumbo al Sella. Allí mandan los animadores. Orquesta de cencerros que hace retumbar la carretera (si siguen así hasta que llegue el último…) y de nuevo cuesta arriba. Val Gardena marca el final de la primera vuelta. Desde allí todo para abajo hacia Corvara.

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El frío del inicio da paso al calor. Campolongo se ha convertido ya en un horno y en el descenso hasta el Colle de Santa Lucía aumenta más la temperatura. A pie de Giau, el auténtico juez de La Maratona, se superan los 30 grados. Ni una gota de viento. Ascenso mítico. Dureza, rampas sin descanso. Más de 9 kilómetros a una media superior al 9,5%. Toca sufrir y contar paso a paso hasta la cima. Mirar a los lados, al paisaje, es disfrutar. Alzar la vista y observar el asfalto es saber que las piernas van a empezar a doler en cualquier momento.

El alivio de la cima y el descenso hasta Pocol. Falzarego-Valparola, por sí solo, no es el reto más complicado. Pero si le sumamos los esfuerzos de las últimas horas se empina y adquiere campos magnéticos impredecibles. Mantener el ritmo, cabeza fría y a esperar el avituallamiento. Cumbre y otra vez para abajo a descubrir el Muro del Gato. Eso que es… pues la versión italiana de la Hoz de Jaca. La última piedra antes de la gloria de la meta de Corvara. Objetivo cumplido. Ducha en el Hotel Tablé y a esperar las historias de cada uno de los viajeros. En la cena mandan las experiencias, las batallitas, las sensaciones, las historietas… La esencia del cicloturismo.

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TRE CIME DI LAVAREDO, MARMOLADA, TRE CROCI, FALZAREGO…

La esencia del cicloturismo llama a pedalear, conocer, descubrir. Afrontar las mismas carreteras que los ciclistas profesionales. Por eso no tenía sentido quedarse parado nada más acabar la Maratona dls Dolomitas. Por eso al día siguiente afrontamos la Ruta Maratón ¿Cómo? Si. 130 kilómetros. Todo un día de ciclismo tranquilo para alcanzar a ascensión de un mito, las Tres Cimas de Lavaredo.

Y para llegar a Lavaredo hay que pagar la penitencia de Falzarego y Tre Croci. Dos puertos sin la entidad de Tre Cime, pero que dejan paso al Lago de Misurina. Un lugar de esos en los que no hace falta buscar el plano adecuado para sacar una buena foto. La belleza se escapa de la cámara y la vista. Llega tras un repecho duro y al abandonarlo se entra en la boca del lobo.

En Tre Cime todo es exagerado. Dureza y belleza a raudales. Santi se marca una subida de ritmo constante, alegre… tanto que no para en el primer aparcamiento. Sube hasta las nubes, más allá del refugio Auronzo. Su osadía marca a los demás. Uno a uno acaban dando chepazos. Foto y rumbo al Lago de Misurina a cargar energía.

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Quedaba el retorno por Falzarego/Valparola. La montaña, caprichosa, regala agua en los primeros kilómetros. Fotos míticas para David (que para entonces ya llevaba un carrete completo de fotos hechas…), Pedro Pablo, Guillermo, Ana, Jesús, Santi y Marisa, que han aguantado encima de la bicicleta. A medio puerto sale el sol y todo cambia. Calor y descenso a Corvara… esta vez sin Muro del Gato.

Las horas se agotaban para los viajeros de cuatro días a La Maratona dls Dolomitas. Pero la llamada de montaña había que cumplirla. Marmolada. Allí los más grandes del Giro escribieron su historia. Era obligatorio pisarlo y sentir su ahora. Por eso el madrugón para salir a las 08:00 merecía la pena. Pedaladas de ‘calentamiento’ hasta el estrecho de Sottoguda.

Allí arrancamos la carrera por la belleza. Piedras que casi llegan a tocarse a derecha e izquierda, agua, cascadas, vegetación exuberante… y carretera estrecha y empinada para subir a paso lento. Esta vez sí que hay que disfrutar del paisaje. Cámara en mano, para no perder ni un ápice de la belleza.

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Eso sí. En cuanto se sale del estrecho la Marmolada se cobra su penitencia. La larga recta de Malga Ciapela. Más de tres kilómetros en los que el desnivel no baja de los dos dígitos. Un reto para las piernas y para la cabeza que recuperan la rodilla de Julián (que no quería perderse el reto) y junto a Narci hacen cumbre. Osvaldo le sigue dando gracias a la primavera… y después un lento reguero hasta Marisa y Josep, que a base de esfuerzo han derrotado a la recta y han disfrutado en las curvas.

Descenso, ducha y primera sesión de despedidas. Parte del viaje rumbo a Bérgamo, deben volver a España. Al resto nos miran con una mezcla de envidia y compasión. Después de tantos kilómetros en las piernas nos toca un menú completo para los dos próximos días. Gavia, Stelvio y Mortirolo

STELVIO, GAVIA Y MORTIROLO

Hay trilogías que no deberían escapar a ningún ciclista. Una de ellas está en el Valle de la Valtellina italiano. Tres nombres con peso propio en el ciclismo, con el color rosa intenso del Giro y que con sólo citarlos hacen temblar las piernas. Gavia, Stelvio y Mortirolo. Tres películas distintas de géneros diversos y que había que afrontar con tiempo suficiente para disfrutarlos. Nos quedaban dos días para afrontarlos, así que decidimos dividir esfuerzos.

El menú de la primera jornada era de platos largos y sabrosos. Sin sabores picantes, pero intensos. Stelvio marcaba el camino. 21 kilómetros desde Bormio y todos en grupetta. El pelotón se había reducido a siete ciclistas. Guillermo, David Moreira, Ana, Santi, David, Dani y el que escribe. Para darnos de comer seguía Javi a los mandos de la furgo. Eso sí, pronto hicimos amigos. En 10 kilómetros de Stelvio ya nos habíamos unido a una grupetta de ingleses.

20 grados de inicio y al paso por la frontera de Suiza (hubo que parar a dejar algunos millones de euros que teníamos sueltos) comienza la lluvia. Fría, racheada, propia de la alta montaña. La temperatura desciende y nos toca aumentar el ritmo para compensar. Los kilómetros finales son épicos. Bajo el aguacero. Espíritu Flandrien. Nada nos detiene. Es julio y en la cima llueve. No da tiempo ni a enfocar la cámara para hacer fotografías. El cuerpo pide un café caliente y una lumbre para calentarse. El whatsapp dice que en España están a 41 grados, aquí a poco más de 6. 

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La cima del Stelvio invita a salchicha, cerveza y strudel. No vamos a ser ajenos a la tradición. Primero cambio de ropa, que para eso está la furgo de apoyo, después a esperar a que pase el diluvio (en 20 minutos de sol ya está la carretera seca) y luego a saborear los últimos 15 tornantis de la ascensión al Stelvio por la cara de Prato, aquella que aparece en todas las guías de ciclismo.

Y ahora el Gavia. Giro 100%. Kilómetros suaves desde Bormio. Casi una docena para pillar ritmo hasta Santa Caterina, donde la ascensión se vuelve salvaje, abrupta y casi rural. La carretera se convierte en un estrecho pasado plagado de baches. Gavia no es una vía de paso habitual y el hielo y la nieve destruyen en invierno el asfalto. La ventaja, desaparecen los coches. Ascendemos casi solos por el bosque. Reaparecen la lluvia y el viento. Vuelve el misticismo.

Las rampas rozan el 9%, la carretera gira de derecha a izquierda. Son casi 10 kilómetros de dureza hasta que llega la ‘planicie’ del final. Sale el sol y al costado aparecen los glaciares. Después el lago, incluso se puede meter plato para llegar a la cumbre. Una osadía casi placentera. Arriba hay 20 grados pero el paso por el Refugio del Gavia es obligatorio. Un museo del Giro. Las firmas de Coppi, de Pantani, de Perico y Hamspten aquel día que le dio por nevar en el 88 y cubrió a los ciclistas con un espeso manto. El café sabe a historia.

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Para el último día quedaba el mito más reciente. Mortirolo llegó en el 94 de la mano de Indurain, Pantani y Berzin y se ha quedado entre nosotros como sinónimo de la dureza extrema y de las rampas imposibles. Un reto por sí solo. Por eso los primeros kilómetros desde Sóndalo hasta Mazzo de Valtellina fueron a ritmo suave. Vigilia antes de la batalla.

Desde allí todo se vuelve abrupto. La carretera se interna en la vegetación y sólo se ve asfalto empinado. Hay que buscar los tornantis para encontrar un descanso en el esfuerzo y en algunos incluso levantar la vista para observar el paisaje. Son escaso. Las rampas del 10 al 14% son las que mandan. La maneta del cambio se queda sin recorrido y hay que afrontar lo que queda a ritmo.

Son 6 kilómetros de penitencia hasta el monumento a Marco Pantani. Un elogio de la Valtellina al hombre que les puso en todas las guías de viajes ciclistas. Un lugar de peregrinaje con el sello de la calidad humana de Miguel Indurain. «A mi amico Marco Pantani», reza la banda que rodea la corona de laurel que dejó allí el navarro.

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A nosotros nos restan otros dos kilómetros de dureza, algún que otro descansillo y el sprint final. La cima del Mortirolo tiene 400 metros planos que invitan a cargar desarrollo y entrar a toda velocidad. Engañar al velocímetro para cuadrar la media de la subida. El reto había acabado. Sólo restaba el repecho final de Sóndalo (en el Giro las etapas siempre acaban con una pequeña trampa), retornar a España por Áprica (otro monumento al ciclismo) y despertar de un sueño en el que nos volveremos a sumir en julio de 2016…

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