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Tour de Flandes 2017. Ciclismo clásico en vena

El Tour de Flandes es la esencia del ciclismo clásico. Un canto continuo a la épica, a la historia, al espíritu flandrien, a las raíces de nuestro deporte. Amable y duro a la vez. Acogedor como la mentalidad de los flamencos y cruel en su trazado con muros de adoquines imposibles y una climatología casi siempre húmeda y fría. Pero es tan abierto que para comprenderlo sólo es necesario pedalear y mirar lo que ocurre a tu alrededor durante los tres días que Flandes se colapsa por su Ronde Van Vlaanderen.

Las fotos del Tour de Flandes 2017 >

Ese era el objetivo, que los ya clasicómanos viajeros de Ciclored entendiesen es espíritu de Tour de Flandes. Porque estaban los versados en adoquines como Pedro, Jordi, Josep, Óscar, Goyo y Manuel. Que ya conocían las piedras de Roubaix y las de Flandes. Los profanos en adoquines pero con muros a sus espaldas como Pablo, Ángel y Xavier en Amstel y Strade Bianche. Y los ‘nuevos’ en las Clásicas, como Osvaldo, José Ángel y José Antonio, pero con kilómetros de largas subidas en la Maratona.


Y se cumplió con creces. Cuatro días y tres noches en el centro del Tour de Flandes dan para empaparse bien de la esencia de una carrera ciclista que es una expresión de un pueblo. Sobre todo si lo puedes vivir desde dentro y tienes a tu servicio a los especialistas del Hotel Leopold Oudenaarde (justo en la línea de meta del Tour de Flandes), que te hacen sentir como un auténtico ‘flandrien’ y te permiten compartir residencia con un tal Paolo Bettini.

Subida al Paterberg

VIERNES. KOPPENBERG, OUDE KWAREMONT, CENTRUM, ADOQUINENBERG…

En esta edición el Tour de Flandes cambiaba recorrido e introducía el Kapelmuur… así que nos hizo variar las costumbres Ciclored. En el menú de piedras del viernes dejamos el muro de la capilla para probar Koppenberg y Oude Kwaremont, a un paso de nuestro hotel Leopold. Aeropuerto, hotel, bicis Eddy Merckx EMX1 dispuestas, un poco de comida, 30 minutos de lluvia previa para meternos en el espíritu de Flandes (aunque con 15 grados) y a pedalear. Eso sí, con la compañía de un ex profesional como Andrea Tonti y su grupetta de italianos. 30 ciclistas para el primer Flandes.

Y como aquí el clima es tan caprichoso. En los 15 minutos que separan Oudenaarde de Berchem dio tiempo a que saliese el sol, soplase viento y nos dejase el Oude Kwaremont limpio de agua y barro. Casi veraniego. Un muro ideal para empezar a comprender la esencia de Flandes y que incluso tiene una cerveza con su nombre. Poca inclinación, adoquines separados, casi dos kilómetros y el lugar donde se suelen decir las ediciones de los profesionales (y si no que se lo digan a Sagan en 2016… y este 2017).

Después a ‘perderse’ por las carreteras de cemento, estrechas y con junta de dilatación en las que cabe una rueda. Curva, zona estrecha, camino más estrecho y de repente Koppenberg. Desde abajo una pared casi imposible de ascender. Lección dos. Cuestas del 15 al 20%… prohibido levantarse. El reto no es subir rápido, sino solo subir. Fuerza, equilibrio y pericia para no echar pie a ‘adoquín’ donde muchos profesionales suelen echarlo.

Descenso. Hotel. Ducha. Cerveza Flamenca. Y al Museo Ronde Van Vlaanderen. El lugar donde puede comprender lo que significa esta carrera para los flamencos. Un espacio dedicado a los 100 años de historia del Tour de Flandes con vídeos, maillots, bicicletas, cascos, zapatillas. Pasado y presente del ciclismo. Gráficos, fotos, murales… que no hace falta hablar flamenco para entenderlo. Ciclismo versión cultura. Un lugar único en el mundo del que es casi imposible escapar sin un recuerdo entre las manos.

La foto entre Sagan y Boonen. El mítico coche Flandria de los años 70. Las bicicletas que simulan los adoquines. Las máquinas de Van Avermaet, Sagan, Merckx, Musseuw (que incluso se pasó por el sitio). Solo la campana de la happy hour del Hotel Leopold nos puede sacar de allí. Hora de probar la otra parte de la esencia de Flandes. Gentse Stop, Ename Blonde, Kwack, Kwaremont, Westmalle, Leffe… cervezas con cuerpo y espíritu para afrontar el Tour de Flandes Cicloturista que nos esperaba al día siguiente.

SÁBADO. FLANDES CICLOTURISTA… PARA TODOS LOS GUSTOS

La filosofía del Tour de Flandes Cicloturista permite que cada uno de los 16.000 cicloturistas que participan pueda hacer su recorrido casi al antojo. Sufrimiento a la carta según el entrenamiento y las ganas de comer piedras. Goyo, Manuel, Narci, Julian, Héctor, Óscar y la grupetta de 10 ciclistas de Enbici optaron por la versión larga. 237 kilómetros con salida en Amberes, madrugón a las 05.00 (con el desayuno ya servido en el Hotel Leopold), 16 muros y dos tramos planos de adoquines. Además del extra de horas y media de lluvia desde el momento de la salida.

Para Pedro, José Antonio, José Ángel, Osvaldo, Jordi, Josep, Xavi, Pablo, Ángel y el que escribe la versión 142 plus. ¿Cómorrrr? Pues salida en Oudenaarde a las 08.30, 18 muros, cuatro tramos de adoquines y el regalo de 28 kilómetros extra y la subida al Kapelmuur para rendir homenaje a la historia (un total de 170 km y 2.000 metros de desnivel) . Y en este 2017… sin agua desde el cielo. Solo el piso húmedo en los primeros 20 kilómetros por la tormenta que acababa de caer.


Lo primero que te das cuenta en el Tour de Flandes, y nada más pasar la línea de salida, es que aquí los kilómetros no son gratis. Carreteras estrechas, pistas de cemento, baches y tramos planos de adoquines. Todo para hacer que la bicicleta vaya más lenta de lo normal y cueste pedalear. Adiós a las buenas carreteras de la península. Aquí 30 kilómetros no son una hora…

Ruitertstraat y Kerkgate son tramos planos de adoquines de casi dos kilómetros que te suben el desayuno de nuevo a la boca del esófago. Aceras y cunetas de tierra son autopistas… pero como hemos venido aquí a botar, pues al centro y a sufrir adoquín. Molenberg, la primera subida en adoquines, llega de súbito. Cuesta arrancar porque cada año las piedras se separan dos centímetros más. Cualquier tentación de levantarse supone un patinazo y un diente menos si aterrizas en el suelo. Culo al sillín. Toca coronar y volver a remover el estómago en el plano roto de Paddestraat.

Con tanto bote el estómago se debería de resentir y pasar de largo por el primer avituallamiento. Los gofres, las obleas de miel y los bizcochos se encargan de llevarle la contraria. Una poquita de energía para rodear Brakel y sus tres muros de cemento, Leberg, Berendries y Ten Bosse. Y en el cruce… versión libre Ciclored. 25 kilómetros extra para conocer el Kapelmuur, esta vez junto a los participantes de la edición de 237 km.

Gerardsbergen, paso por la ciudad, la plaza, el mercado, giro y Kapelmuur. La imagen tantas veces vista en televisión delante de nuestros ojos. Un reto para las piernas cuando el 18% y el adoquín roto hacen sufrir para llegar al bar. Después gritos de aficionados (si, para animar a los cicloturistas) y de frente la capilla más mítica de la religión ciclista. Arriba es obligatorio parar y dan rienda suelta a los sentimientos. Acabamos de pisar el olimpo y hay que inmortalizarlo.

Desde Kapelmuur se separan nuestros caminos. Ángel y Pedro optan por la versión de 100 kilómetros con final en el Hotel Leopold. La grupeta de la versión 237 empieza a secarse después de comer agua y barro durante los primeros 130 kilómetros desde Amberes a Ten Bosse y el resto, después de Valkenberg y Eikenberg entramos en la versión más mítica del Tour de Flandes, donde se suceden muros, adoquines y tramos de carreteras de cemento sin descanso.

Koppenberg versión equilibrio. Intrincado, roto, empinado, casi cruel. Y a los cinco kilómetros el descenso adoquinado de Marieborrestrat que te levanta de la bici a cada adoquín. Sin descanso el muro de Steenbeekdries y después los adoquines con nombre Taaienberg y apellido Boonen. Solo cuatro kilómetros después Kaperij y para rematar el Kanarieberg antes de buscar las últimas raciones de goffres y obleas de miel en Ronse. Todo en solo 30 kilómetros de ciclismo en vena.

Pero aún no ha acabado lo mejor. Nada más salir las piernas piden clemencia en los adoquines de Kruisberg. No la tendrán. Hotond, Karnemelkbeekstraat y la rápida bajada hasta el cruce de Berchem. Y en nada Oude Kwaremont. Carpas, animación y un pueblo en la calle. Calentamiento antes de la carrera profesional del domingo. Palmas para animar a los ‘globeros’ en su paso por Oude Kwaremont. Casi obligatorio ir al centro. La cuneta vallada (la misma que se tragó Sagán) exige demasiada pericia para una mente ya fatigada.

Descenso y el auténtico muro. Paterberg llegó tarde al Tour de Flandes, pero por su situación y su dureza se hace decisivo. Tanto para los profesionales como para nosotros. Con agua es casi imposible subirlo. Con muchos kilómetros en las piernas es un ejercicio de capacidad mental, sufrimiento, fuerza de voluntad y orgullo a partes iguales. El 20% empina la bicicleta y a tu alrededor empiezas a ver a ciclistas caminando o cayendo por su propio peso. Equilibrio para esquivarlos… y coronar.

¿Se ha acabado ya el Tour de Flandes? Pues no. Toca disfrutar de los últimos diez kilómetros llanos. Sobre todo cuando el sol y eolo se alían contigo. Grupetas a 50 por hora en busca de una línea de meta repleta de familiares. Paso por el rubicón en busca de las cervezas de la plaza de Oudenaarde, la presentación de la carrera profesional femenina, el Qubus, la camiseta flamenca de regalo, las fotos, la llamada a casa, el descanso, las cervezas del Hotel Leopold.


Pero si el sol se alió con los de la versión de 170 a los de 237 el agua les volvió a castigar. Es lo que tiene el clima de Flandes. Una nube supone un chaparrón y si es en Paterberg casi la imposibilidad de subirlo y 20 minutos más de ruta. Ciclismo épico para todos los gustos. Así hacen que el Hotel Leopold se convierta en un oasis nada más traspasar la puerta. Espera la cena, el reconocimiento del grupo y las horas de conversación sobre lo que acabamos de vivir. Es lo bueno de ciclismo, que lo sientes antes, durante la práctica y lo revives cada minuto que cuentas tu experiencia.

DOMINGO. EN EL CENTRO DE LA FIESTA TOUR DE FLANDES

Esta vez el Tour de Flandes volvía a hacer historia. Cambio de lugar de salida. De Brujas a Amberes… y allí que nos fuimos a ver el espectáculo. Todos los buses paralelos al puerto y la plaza del Grote Martk repleta de gente para recibir por primera vez la Ronde Van Vlaanderen. La mayor concentración de aficionados por centímetro cuadrado del mundo. Un podio de 25 metros con pasarela de acceso, un speaker, televisión en directo, dj y 200 ciclistas que son casi como estrellas de rock para el público.

Gritos para Van Avermaet, ánimos para Gilbert, vítores para el caballito y las bromas de Sagan en el podio y reverencia para Tom Boonen. En su último Flandes tuvo una plaza entera coreando su nombre y aplaudiendo al unísono (rivales incluidos) su entrada en la zona de salida. Cosas que solo pueden pasar en el Tour de Flandes y que solo se entiende con una afición con la cultura ciclista de la flamenca.


Charla con Bettini (ya nos hemos hecho amigos en el Leopold) mientras conversa con Sagan. Minutos con Ventoso, que por algo es compañero de carril bici en Colmenar, y rumbo a Oude Kwaremont. Allí la pasión por el ciclismo se convierte en fiesta popular. Miles de personas de todas las edades en una fan zone por la que pasarán tres veces los ciclistas profesionales y en una ocasión la carrera femenina. Alrededor música a todo trapo, pantallas gigantes con el Tour de Flandes en directo desde el kilómetro uno, sorteos, juegos y  casetas con cerveza, patatas fritas, salchichas y hamburguesas. Comida y bebida para alimentar la espera festiva.

Cuando el Tour de Flandes llega a Oude Kwaremont cada milímetro de valla es un bien preciado. Bandera Ciclored para ‘guardar’ sitio y poder oler el sudor de los ciclistas. Pasan tan cerca que hay que apartar el móvil para que no choquen con él. Sol y eso supone polvo. Cuneta de 10 centímetros para evitar los adoquines. Equilibrios y malabares de los que podemos disfrutar en dos ocasiones. A la tercera pasa Gilbert en solitario y Sagan y Van Avermaet se van al suelo a 100 metros de nosotros. La historia en directo. Sangre y adoquines. Ciclismo de antaño.

Mientras se levantan de la caída en la pantalla gigante Gilbert ya está a un paso del Paterberg. La leyenda será suya. Para nosotros la sensación de haber vivido un Tour de Flandes de los que se recordarán durante años. A la llegada al Hotel Leopold toca celebrar cerveza en mano el momento histórico. Después adentrarse en la fiesta de la plaza de Oudenaarde, la segunda en pocas horas. Así aguantarán hasta la madrugada del día siguiente, con Nick Nuyens reconvertido a dj. Ciclismo en vena.


Y el lunes… a seguir disfrutando de Flandes. Gante espera con la mayor nómina de monumentos por metro cuadrado. Ciudad ciclista por excelencia. Sin coches. Solo tranvía y bicicletas para circular por la ciudad. En esta región todo huele a ciclismo. Por eso en 2018 volveremos al Tour de Flandes… aunque si tienes tiempo te invitamos a conocerlo cuando tu quieras. 

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