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Marmotte Pirineos 2019. Una historia de amor/odio con el Tourmalet

El Tourmalet tiene un aura especial y es por algo. Huele a Tour. Por sus carreteras ha pasado la historia del ciclismo. Pero es que además es duro. No tiene los porcentajes excesivos que ahora se han puesto de moda. Aún así. Los 12 kilómetros desde Gripp hasta la cima pasando por La Mongie pueden dejar fuera de juego a cualquiera. Siempre por encima del 8%, sin un segundo de descanso. Acumulación de esfuerzos que lo convierten en un infierno a poco que hayas gastado antes. Y, en Marmotte Pirineos le preceden las ascensiones a Tourmalet por Bareges, Hourquette de Ancizan y Aspin. Así que el amor al puerto Tour es fácil que se convierta en odio, momentáneo eso sí, cuando te tortura y sabes que después te queda Hautacam para rematar la faena.  

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Y es que la Marmotte Pirineos es básicamente eso. La pelea contra un gigante llamado Tourmalet, que lleva más de 100 años torturando a los ciclistas que se atreven a retarlo, sea cual sea su nivel. El rey de los Pirineos es el eje central. Todo lo demás gravita a su alrededor. Para este 2019 hasta 16 amigos de Ciclored tuvimos la oportunidad de disfrutarlo/sufrirlo y algunos hasta por partida triple, porque el viaje a La Marmotte Pirineos tuvo una Pre Marmotte de tres días, y claro, al rey no se le podía evitar.

PRE MARMOTTE PIRINEOS

Tampoco era cuestión de calentar mucho el motor los días previos, pero claro. Estando en la zona, había puertos obligatorios. El cuartel general el Hotel Montaigú, el mismo que en las primeras dos ediciones del Campus Piritour. En Luz, al pie del Tourmalet. Por eso el primer día, miércoles, visita al rey nada más empezar. Así, el tirón. Grupeta con Javi, Suso, Luki, Tino, Ángel, Miguel y el que escribe. Misión, reconomiento y medir vatios. Tocaba reconocer lo que iba a ser el primer puerto de La Marmotte Pirineos, pero a un ritmo inferior.

La verdad es que da tiempo a apreciar cosas diferentes a cuando lo subes intentando llegar lo antes posible. La via Fignon, que sigue abierta, la carretera nueva después de la riada, las llamas de la cima. Ideal para ir poniendo las piernas a punto. Foto obligatoria en la cima, fruminis  para completar el avituallamiento y para abajo rumbo a Luz Ardiden, típico final de Tour de Francia.  Uno de esos puertos que no parecen el más duro del mundo, pero que al final acaban haciendo mella. Sobre todo porque hay muchos kilómetros al 8% o más y pocos por debajo del 6%. Y doce kilómetros de ascensión suman. Y el total, 70 kilómetros y 2.5000 metros… que no están nada mal para el primer día.

Para la segunda jornada habíamos previsto una etapa bonita y dura. Dos puertos con paisajes deslumbrantes como Troumusse y Gavarnie (Col des Tentes). Desconocidos para el seguidor del ciclismo profesional porque nunca han sido meta del Tour ni de ninguna carrera, pero con unos desniveles y un acumulado que nada tienen que envidiar a su vecino Tourmalet. De salida el Cirque de Troumusse, que ya por lo pronto se corona a 2.100 metros de altitud, que tiene más de 15 kilómetros de subida y que en su parte final, cuando la carretera se vuelve antigua y de alta montaña, tiene varios kilómetros por encima del 10%. El premio, subir a un puerto que recuerda a las cimas de antaño.

Descenso y rumbo a Gavarnie/Col des Tentes, con sus 2.200 metros de altitud y unos diez kilómetros finales siempre por encima del 8%. Un auténtico puertaco. Avituallamiento de lujo en la cima y retorno a Luz Saint Sauver para sumar 2.800 metros de desnivel acumulado en poco más de 80 kilómetros. Etapón.

El viernes había que ir rebajando el nivel para recuperar las piernas con vistas a La Marmotte Pirineos. Tocaba traslado a Argeles, al Hotel Les Fleurs, y que mejor forma de hacerlo que en bici y con las maletas en la furgo de apoyo. Eso sí, estando el Soulor y Aubisque allí al lado, pues había que subirlo. Sobre todo porque los ocho kilómetros duros del final de Soulor se compensan con la carretera que enlaza con Aubisque, una de las más bellas de Pirineos, sobre todo si el día está despejado, y que dejan ver el Circo de Litor. Foto de rigor en las bicis del Aubisque y a descansar a Argeles. Que en 70 kilómetros habían vuelto a salir casi 2.000 metros de desnivel.

El sábado llegaba el resto de la expedición. Chema, Carlos, Pedro, Carmen, Pere, Joan y Manuel. Así que la etapa debía servir para relajar las piernas a los que ya habían rodado y calentar para los que acababan de aterrizar. Para eso siempre es ideal Cauterets. Seis kilómetros planos hasta Pierrefitte y ocho de subida suave hasta Cauterets, donde ganó Purito la última vez que llegó el Tour. A sudar un poquito y liberar tensiones antes de la Marmotte Pirineos. Por la noche ya solo quedaba el briefing y la cena del Hotel Les Fleurs.

LA MARMOTTE PIRINEOS 2019

Para hacer bien la Marmotte Pirineos hay que haber cargado hidratos durante los tres días precedentes, y, ademas, volverlo a hacer en el desayuno previo y con tiempo suficiente para digerirlo. Así que desde las 05.00 estaba abierto el buffet del Hotel Les Fleurs. La salida era a las 07.30. Así que con margen para corregir cualquier problema o nervios de última hora. Lo mejor de todo, la temperatura. Unos 16 grados a esa hora y sin nubes, lo que anunciaba un día de calor.

Otra de las ventajas de ser TourOperador oficial es que los dorsales tienen el cajón preferente. Tanto, que en la salida estábamos encabezando el pelotón de 1.500 ciclistas de la cuarta edición de La Marmotte Pirineos. Un lujo. Eso sí, la salida, a las 07.30 y ya casi con los manguitos sobrando, es de carrera. Dos kilómetros cuesta abajo hasta el cruce a Sazos y otros tres cuesta arriba hacia Luz Ardiden para bajar por el puente de Napoleón y plantarte de nuevo en la misma línea de salida, pero con siete kilómetros a 35 por hora y 200 metros de desnivel acumulado ya. Auguraba un Tourmalet a fuego, como así sucedió.

La Marmotte Pirineos 2019 en Strava >

El arranque de Tourmalet ya cortó el gran pelotón en un grupo de unos 100 ciclistas. Los primeros kilómetros del coloso a 18 de media, y a partir de ahí. Pues ataques y cada uno a buscarse la vida. Convenía hacer grupeta y guardar piernas para lo que quedaba. Además pegaba viento de cara. Razón de más para llegar la primera vez a la cima del Tourmalet con resuello, pero ya calentito. Más que nada porque en la cima había 12 grados (me lo chivó el Strava después) y para bajar solo me hizo falta subirme los manguitos. Chaleco al viento. Y en esta ocasión con el asfalto seco, un descenso para disfrutar y volar con muchos ratos rozando los 70 por hora.

Y en Campan rumbo al Aspin. Grupeta para afrontar los primeros repechos y giro hacia la Horquette de Ancizan en el Lago de Payolle. Un puerto de esos que engañan. Que no parece demasiado duro, pero que tiene un arranque con algún kilómetro por encima del 10%. Menos mal que la granja marca el giro a la izquierda y el final de la parte más exigente. Descenso corto y solo dos kilómetros para acabar. Y, eso sí, bajada con precauciones máximas. Carretera estrecha, curvas ciegas, cunetas con arena y tráfico abierto. Cocktel que es mejor afrontar con seguridad y cabeza fría. No había nada en juego.

En la transición hacia Aspin, los únicos cinco kilómetros llanos de toda la marcha, es hora de beber en el avituallamiento. Porque el Aspin tampoco es el puerto más duro del mundo. Con sus 12 kilómetros al 6%, pero si precede al Tourmalet y Hautacam, pues tampoco puedes darte demasiadas alegrías. Ritmo de no gastar demasiado porque en la cima de Aspin cuando miras el Garmin te dice que llevas 2.500 metros de desnivel en 85 kilómetros. Es decir, que estás en la mitad del recorrido, pero todavía quedan casi 3.000 metros por subir. Vamos, que queda muchísima tela por cortar. Por eso hay que seguir avituallando y bebiendo.

Porque después del paso por St Marie de Campan, kilómetro 100 de carrera, viene el temido segundo Tourmalet. Hasta entonces 4 horas de bici, 196 vatios medios y velocidad media de 24,9. La media de los 67 kilómetros siguientes… solo 20 por hora (sin contar la bajada de Hautacam, claro). Por lo menos el inicio es benigno, hasta Gripp. Repechos y bajadas que no hacen demasiado daño. Pero desde allí arranca el infierno. Primero porque la temperatura no bajó de 30 grados y con humedad incorporada, después por que el desnivel siempre está por encima del 8% y por último porque el único descanso en los últimos 12 kilómetros de subida lo encuentras en la cima.

El segundo paso por Tourmalet no deja lugar a grupetas. Allí cada uno se juega su propia guerra. Siempre sucede lo mismo y en este 2019 se repitió la historia. Ves a un ciclista a 200 metros y a otro 200 metros por detrás. A veces llegas al primero, otras te pasa el segundo… incluso se mantiene la misma distancia durante cinco o seis kilómetros. No hay margen para cambiar. Cada uno lleva su ritmo y solo sueña con avistar el monumento al ciclista y el avituallamiento de la cima. Ese es vital. En mi caso. Cinco minutos de parada para reponer comida, bebida y hasta aliento. Que el Tourmalet había vuelto a golpear. Amor y odio.

Quedaba bajar Tourmalet hacia Luz y recuperar las piernas, la cabeza y hasta las ganas de dar pedales. Cinco kilómetros planos y dos repechos después arranca Hautacam. Uno de esos puertos que puedes llegar a coger manía por lo pestosos que son. Allí el porcentaje de desnivel medio de los kilómetros es relativo. Sobre todo cuando ves un 8% y comienza en bajada. Eso quiere decir que te espera al menos un tramo al 12%. Y claro, con más de 4.500 metros de desnivel en las piernas, pues se hace duro. Incluso extremo. El añadido, el calor, otros 32 grados.

Así que las primeras rampas de Hautacam fueron para coger el ritmo al puerto y calcular el esfuerzo que iba a costar subirlo. Sufrimiento asegurado. Sobre todo el tramo entre el kilómetro 6 y 4 a la cima, con el 12% de pendiente media de regalo. Menos mal que después un descansillo dejaba las piernas con algo de fuerza para afrontar otro kilómetro al 12%, con viento de cara, si, pero con 6 grados de temperatura menos, que se agradecían. Y la cima, con 300 metros llanos. Comida, a estirar las piernas y a mirar el paisaje, uno de los más privilegiados de los Pirineos con el día totalmente despejado. Suficiente premio para una Marmotte Pirineos que siempre acaba haciendo mella. Y que, claro, repetiremos en 2020.

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