Tres días seguidos nevando y dos diluviando. Con estas perspectivas cualquiera hubiera dicho que la GF Strade Bianche 2018 iba a ser un auténtico barrizal. Pues no. El sterrato seca que da gusto. Unas pocas horas de domingo sin lluvia fueron suficiente para que pudiésemos disfrutar de un sterrato en su punto ideal. Ni seco que provoca nubes de polvo y hace difícil incluso respirar, ni líquido como el sábado sufrieron los profesionales (y nosotros en 2017).Perfecto para volar y jugar a ser ciclistas solo unas horas después de tener el privilegio de ver en directo una de las carreras del año… o incluso de la década.
– GIRO DE ITALIA EN ROMA (25-28 DE MAYO) >
Y no fue fácil llegar hasta Siena en este 2018. Carreteras cortadas, diluvio, atascos, vuelos retrasados, overbooking, equipajes perdidos… La dulce y benigna Toscana se había convertido de repente en un infierno propio de otras latitudes. La Clásica del Norte más al sur de Europa iba a tener su clima flamenco o roubaixino. Algo nos tocó. Un avión dejó en Barcelona a Alejandro Valverde y el equipaje de Pedro. Manos a la obra y en dos horas ya teníamos ropa, casco, zapatillas y pedales. No hay nada como contar con Andrea Tonti, Francesco Lasca y Bike Division como aliados por tierras italianas.
Lo mejor. Llegar entre el diluvio al Albergo Chiusarelli, a solo 100 metros de la línea de salida, y tener todas las llaves y las habitaciones preparadas. Amabilidad y cortesía italiana. En 20 minutos todos encima de la bici. Medidas y ajustes made in Francesco Lasca. Al milímetro las Giant, Trek, Guerciotti, Marín, Massi.… Y en poco tiempo más a conocer los sabores de La Toscana en el Restaurante Gli Orti di San Domenico, que es de esos sitios de donde nunca quiere salir. Pasta, carne y postre a elegir para ir cogiendo el ritmo a la Strade y dar las primeras charletas, porque entre Carlos, Felip, Juan, Pedro, Biel, Raúl, Sonia y el que habla no hubo un segundo de silencio. Tanto que tuvimos que estirarlo una horita más en el interior de Siena, una de esas ciudades medievales de cuento que además tienen una alegre vida nocturna. Y como la Gran Fondo no era hasta el domingo… pues nos pudimos permitir el lujo, y ficha a Sergio Palomar para aumentar las dosis de ciclismo.
STRADE BIANCHE 2018
Lo primero que hace un ciclista al levantarse es… mirar por la ventana. Desde la nuestra teníamos todo el skyline medieval de Siena, con el Doumo y la Torre del la Piazza del Campo. Suficiente para quedarse embobado. Y el cielo gris, si, pero todavía sin agua. Un atisbo para la esperanza mientras desayunábamos. Duró los dos minutos a pie que nos separan de la línea de salida de la Strade Bianche. Fue llegar a la zona de autobuses para ver la salida de la Strade femenina y ponerse a llover. Primero unas gotas y en tres minutos un diluvio incesante. Las previsiones meteorológicas no habían fallado ni una décima de segundo.
Los stands techados de Trek y Segafredo, patrocinadores del evento, se convirtieron en el refugio perfecto para seguir la presentación de los equipos. Eso sí, ellas bajo el diluvio y en un escenario sin techo. Una primera remojada para lo que les esperaba por delante, los mismo 130 kilómetros de Strade Bianche que haríamos nosotros al día siguiente. Y los 20 minutos (y sin dejar de llover) los equipos masculinos. Chubasqueros, botines impermeables, guantes, casco cerrados y todo tipo de prendas no rain. Pudimos ver el catálogo completo de equipaciones de invierno de todos los equipos Pro Tour. Casi todos con guardabarros Sencillo y casi ninguno con frenos de disco, que para el sterrato y el agua son ideales porque las zapatas se acaban agotando. Eso sí, llevar el coche de equipo detrás siempre es un alivio en caso de que los frenos dejen de poder utilizarse.
Y para el repaso de equipos siempre un vistazo a Movistar y Alejandro Valverde, que después de su periplo aéreo, tuvo que ir a Roma y esperar que le recogiese una furgoneta de equipo para llegar al hotel al filo de la madrugada, siempre tiene una sonrisa y un gesto para los aficionados. Charla breve con Carlos Verona ante una de sus carreras favoritas del año y salida en medio del diluvio. Y nosotros al hotel. Ropa seca. A la furgoneta y al tramo de San Martino in Grania, situado a 70 kilómetros de la línea de meta.
Cuando llegamos allí el sterrato está prácticamente liquido (lo pueden ver en el vídeo de arriba). Se agarra a las ruedas como si fuese un imán y hace que las bicicletas avancen a cámara lenta. No deja de llover y entre el viento y la temperatura esperar a la carrera fuera de la furgoneta es digno de elogio. La ventaja de Strade es que es fácil moverse a cualquier tramo y ver el sterrato desde dentro. A pie de cuneta la escapada, con Rojas y Campenaerts, llega cubierta de barro. Prácticamente irreconocibles. El pelotón con Sagan, Van Avermaet, Van Aert, Valverde y Benoot, entre otros, pasa prácticamente parado para ser solo una rampa del 10%. El sterrato hace estragos. Caras de cansancio cuando todavía queda media carrera por delante. Dumoulin sufriendo a cola de pelotón y por detrás un rosario de corredores en grupos de dos o tres. Aquí no hay vagón de cola. El que se descuelga sufre tanto que prefiere el calor del coche de equipo.
Rumbo a Siena para ver el final de etapa. Primero en la tele, con los ataques de Benoot y Bardet. Y después a pie de adoquín a 200 metros de la Piazza del Campo. A meta llegan ciclistas destrozados y casi irreconocibles. Versos sueltos de una poesía infernal como la que han vivido en las colinas y el sterrato de la Toscana. De uno en uno después del repecho adoquinado de Santa Caterina. Los que llegan en pareja, incluso con ganas de sprintarse.
Para esa hora ya ha dejado de llover. Así que nos puede el ansia de la bici. No hemos podido disfrutar del sterrato pero una horita por las colinas alrededor de Siena y la subida final a Santa Caterina si que cae. Y algún remojón también. Es lo que tiene el ciclismo, que a poco que se despeja el día entra el mono de dar pedales. Y más con el subidón de ver el espectáculo de la Strade en directo.
Prueba de material, sudada y a abrir boca para otra cena de escándalo en el restaurante del Hotel Chiusarelli. Esta vez con Sergio Palomar, al que le ha tocado salir en bici por la mañana junto al grupo de prensa de Trek y probar el sterrato líquido con el modelo gravel de la marca. Su experiencia y sus consejos nos valen para afrontar el día siguiente. Nueva mirada a la ventana del hotel… y ya no llueve.
GF STRADE BIANCHE
El despertador toca a las 07.00. La salida de la GF Strade Bianche es a las 08.30, pero como estamos a 100 metros y tenemos cajón de salida no hay prisas. Tranquilidad. El cielo dice que no hay agua. Está cubierto, pero no llueve. Primera alegría. La segunda, la temperatura ha subido a los 8 grados y no hay viento. Casi ideal. Desayuno opíparo, a las bicis y a la línea de salida. Da tiempo incluso a tomarse un café Segafredo dentro de la Fortezza Medicea, a hacerse fotos con Siena al fondo y a charlar con Francesco, con el que ya compartimos pedaladas (280 kilómetros) en Lieja 2017. El ciclismo une.
La salida de la Strade es a fuego. Aquí en Italia las ciclodeportivas tienen premio para los ganadores y los 100 primeros se juegan la victoria con tele en directo. Por detrás hay nervios, incluso alguno se salta la valla (esto parece el Rocío) para salir antes. Y en los primeros kilómetros antes del sterrato de Vidriata se lo toman como si fuese una carrera… en el llano y en los descensos, porque en las colinas la fuerza de la gravedad puede a las ganas que ponen algunos. Con 135 kilómetros por delante, 2000 metros de desnivel y 31 kilómetros de sterrato… incluso excesivas.
El desvirgue llega en Vidriata, un tramo totalmente plano de 2,1 kilómetros. Y, sorpresa. Está prácticamente seco. Algún charco pero perfectamente transitable incluso a ritmo ligero, que es lo divertido de Strade y lo que la diferencia de Flandes y Roubaix. En los adoquines es complicado ir rápido en los tramos planos porque la bicicleta bota y si no tienes peso muchas pedaladas van el balde. Aquí no. El sterrato, a poco que esté seco, da margen para pegarse buenos calentones. Lo que no cambia es la feria del bidón perdido al inicio de cada tramo de sterrato.
En el segundo el mío vuela por los aires. Da igual. En cualquier otro podré recuperar uno perdido. En este 2018 lo han alargado y empieza con dos kilómetros llanos para acabar en las subida de Bagnaia en la zona de San Rocco a Pili. Casi seis kilómetros en los que quitarse ya los guantes de invierno y entrar en calor antes del primer avituallamiento. Reagrupamiento y del pelotón de salida ya hemos quedado Carlos, Sergio Palomar y el que escribe. Unos por delante, otros por detrás. Da igual la velocidad. Se trata de disfrutar del sterrato.
Descenso hacia Radi junto a Pedersen, del Trek y allí se bifurcan los recorridos de la versión larga y corta. Tratamos de convencerle para que se venga con nosotros, pero con el sábado tuvo suficiente. El tramo de Radi es de los más divertidos. Casi cinco kilómetros con repechos continuos. El sterrato engancha y el cuatro tramo, el de Murlo, permite incluso ir rápido. Ya están las carreteras despejadas. Se han estirados los pelotones y se puede rodar al ritmo que se quiera.
Desde Bouconvento, a la salida del tramo 4, están los únicos 10 kilómetros planos de todo el recorrido. Ideales para comer, beber… y volar en alguna grupetta. Pero es llegar a Monteroni de Arbia, giro a la derecha y el tramo más duro y largo de la marcha, el de San Martino in Grania, de 9,5 kilómetros y repechos del 15%. Es allí donde vimos el día anterior la carrera. Tiempo antes para hacerse una foto…. y que te digan por redes sociales que no estás embarrado. Entre el Sencillo bike y el sterrato ultrasecante de La Toscana lo único que va algo sucio es la bicicleta.
Avituallamiento, charleta con Andrea y Francesco, que están en el puesto de apoyo mecánico de Bike Division (las bicicletas han ido de lujo, así que no hace falta revisar nada) y a seguir pedaleando. Ya llevamos 80 kilómetros y 1.000 metros de desnivel y por delante quedan 60 y otros 1.000, así que lo más duro está por venir. Primero los 25 kilómetros de colinas continuas antes de llegar al Muro de Monteaperti, el sexto sector de solo 800 metros y que es básicamente una rampa del 18%. Músculos en tensión porque después de la bajada viene otro muro, esta vez de asfalto con un desnivel similar.
Se agradece el último ristoro. Una crostata de mermelada, higos, alguna barrita, sandwich, bebida isotónica y a seguir disfrutando del sterrato. Incluso dan ganas de quitarse las perneras, pero no es cuestión de lucir depilado Sagan en el Tour de San Luis. Por delante viene el Colle Pinzuto. Son 2,4 kilómetros de tierra, pero en la primera parte está el muro más duro de toda la marcha, con rampas de hasta el 20%. Después un falso llano que permite a los fotógrafos sacar unas panorámicas perfectas de la Toscana.
Y a falta de 12 kilómetros el tramo final. Le Tolfe. Su resumen es sencillo. Medio kilómetro de descenso vertiginoso en tierra (y en esta ocasión con algo de barro extra, lo que lo hacía más peligroso) y otro medio kilómetro cuesta arriba con dígitos del 16%. Casi nada. Y al salir del sterrato otra pared de asfalto. Y antes de llegar a Siena otra media docena de repechos. Así que la subida final al Muro de Santa Caterina, justo después de cruzar la muralla de la ciudad, sirve como premio a cualquiera. Y más si el empedrado está repleto de gente dando ánimos, aunque no sepan ni quien eres. El grito se valora y envalentona. Desde allí 200 metros para la Piazza del Campo. Meta.
Cerveza con Andrea y los chicos de Bike Division para celebrar el trabajo bien hecho. Fotos, fotos y más fotos. Siena y la Strade son un lugar para inmortalizar. Y después pasta party. Y conversación ciclistas con el grupo de gallegos y con el resto de la grupeta. Fascinación por el sterrato. Quedan ganas de más. Gelatto para celebrarlo son Sergio y cena en Zest, con pasta y tagliatella de carne. Felip, Biel y Raúl nos cuentan su ‘Strade’. Juan y Pedro la suya. Con Carlos he compartido casi todos los kilómetros. Sonia nos mira como si fuésemos abuelos hablando de nuestras batallitas. Qué se le va a hacer. Por la noche ya empieza a llover otra vez. Tuvimos la ventana del buen tiempo. Un privilegio ciclista.