Salió una Paris Roubaix 2019 de frío, casi gélida. Sin agua, que siempre complica todo y más en los adoquines del Infierno del Norte. Un viento helado que se te metía en los huesos y que solo se expulsaba cada vez que entrabas en un tramo de adoquines. Allí las piedras y el intento de superarlas se convertían en una calefacción natural. Sufrida, dura, pero efectiva, que al fin y al cabo era de lo que se trataba. De conocer los adoquines de Roubaix.
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En la grupetta de esta París Roubaix solo había un veterano de los adoquines franceses, que, ojo son muy diferentes a los de Flandes. Y eso se nota al entrar en el primer tamo. Como es costumbre para nosotros el viernes es la llegada al aeropuerto y a las 15.00 ya estamos dando pedales camino de Camphin en Pevelé, el tramo de cuatro estrellas en el que muchos debutan en el Infierno francés. Marcos, Miguel Angel, Gerardo, Jose Ángel, Goyo, Urko, Javier, Pablo y toda la grupetta italiana. Fue entrar en él y empezar a comprender que la experiencia que algunos habian tenido en Flandes nada tenía que ver con esto. Y es que sí, La París Roubaix es diferente a todo. Pedro, que ya lo sabía, no dejaba de avisarlo en la ruta.
Y si de Camphin en Pevelé la mayoría salió ‘asustado’, pero caliente (los 5 grados y el viento dejaban una sensación térmica inferior) el Carrefour del Arbre, con sus agujeros, sus curvas y sus cinco estrellas sirvió para saber que el sábado la dureza de la marcha no venía en los kilómetros, sino en los tramos de adoquines, que se tenían que afrontar como una serie de fuerza solo para superarlos. Hacerlos rápido ya era otra cuestión. Menos mal que el tramo de Gruson y el de Hem, ambos con escapatorias, endulzaron algo el susto inicial. También la visita al Velódromo de Roubaix y a las duchas míticas. Había que ir cumpliendo tradiciones antes de cenar y dormir soñando con las piedras de Roubaix.
LOS ADOQUINES DE ROUBAIX
El sábado toca madrugón para Pablo, que se iba a atrever con los 170 kilómetros y 29 tramos de adoquines (los mismo que los profesionales) de la versión más larga de la marcha. Desayuno en el Hotel a las 04.30 y a bus a las 05.00. La temperatura… 0, ni frío ni calor. El bus le dejaba en Busigny, donde parte la marcha. Para el resto nos tocaba madrugar menos, a las 07.30, para desayunar y salir a las 08.00 camino del Velódromo. Eso sí, el frío casi el mismo. Parecía que la jornada no iba a subir de temperatura.
Para la marcha de 150 primero hay un ‘calentamiento’ de 55 kilómetros hasta el Bosque de Arenberg. Sirve para ir cogiendo temperatura y poniendo las piernas a punto para lo que está por venir. Es ideal para rodar rápido porque el único desnivel son las subidas a los puentes de la autovía. Perfecto para ir soltando y asimilando que estas en la París Roubaix rodeado de cientos de ciclistas que piensan lo mismo que tú. Aunque a algunos lo de las normas de tráfico no vaya con ellos. Y de repente giro a la derecha y Arenberg. En esta edición totalmente abierto, sin cortapisas. Los arreglos en la primera parte, la más rota y cuesta abajo, ayudan a que no se forme una capa de barro encima de los adoquines. Es más ciclable, pero igual de duro. Una recta de dos kilómetros donde hacen falta vatios y vatios para superarla, porque la bicicleta se queda frenada. Y sin escapatoria, por la izquierda hierba arada, por la derecha, una valla y tierra. Lo más duro (y digno) es por el centro. También porque hay cámaras grabando.
La Paris Roubaix 145 en Strava >
Arenberg es tan mítico que merece la pena parar y hacer dos o tres pasadas para quedar inmortalizado en las fotos. Y hacerse una con el cartel de Arenberg, y charlar, y disfrutar. El frío después de este tramo estaba olvidado. Es la calefacción natural de los adoquines y la filosofía de la cicloturista de Roubaix. Disfrutar del momento sin prisas ni tensiones. Porque viene Pont Gibus con su tunel y su foto mítica, y un avituallamiento para ir cogiendo energía a base de gofres, platanos, café, naranajas, barritas, geles, y los dos tramos de Orchies pegados a la autovía y Pont Thibault y las bromas y las charletas entre tramos. Y los piques en los adoquines, que también los hay. Porque cada tramo es un serie en los que mezclas fuerza, destreza, agilidad y capacidad de decisión. Cuando llegas a los adoquines hay que pensar por qué lugar afrontarlo y, si tienes piernas, disfrutarlo para la parte central, si no, buscar una escapatoria lo más ciclable posible.
Y llega Mons en Pevelé que es el segundo cinco estrellas del día. Largo, unos tres kilómetros. Casi eterno. Solo quedan una decena para acabar pero en él se empieza a notar el daño físico que hacen los adoquines. Las piernas son casi lo de menos. Manos, brazos, antebrazos, espalda... todo el cuerpo se ve sometido a una tortura provocada por el golpeteo del adoquín. Solo los años de experiencia valen para asumir que si aprietas con fuerza el manillar el daño lo recibes tú y que solo amarrarlo con suavidad es suficiente para superar los adoquines. Además en Mons se empieza a entrenar otra especialidad, la de tomar curvas con adoquines… casi un arte.
La resta comienza después del último avituallamiento, que da paso a un tramo de solo 700 metros, el de Merignies, pero que es de los que está mas roto, con auténticos agujeros en el centro. La mente rememora lo del día anterior al llegar a Camphin en Pevelé. Pique con Strava. No hace falta. Pique con uno mismo salvar un tramo de cuatro estrellas y no llegar demasiado fundido al siguiente, al mito, a Carrefour del Arbre. Allí se suelen resolver las ediciones de los profesionales. Para nosotros supone en penúltimo paso. Duele, pero la foto es de las que se guardan en el recuerdo y de las que se enseñan a todos los compañeros de grupetta.
En Gruson y Hem, los dos últimos tramos, no es cuestión de fuerzas, sino de desgaste físico. Si hasta entonces has llevado bien los adoquines te puedes plantear la idea de hacerlos por el centro, de comerte todos los adoquines. Pero si los golpes han sido duros no te quedará más remedio que buscar la escapatoria de tierra, arena, baches, peralte y césped, todo por evitar el dolor que provoca el adoquín. A partir de ahí te planteas si volver a Roubaix o no, pero se te olvida cuando das la media vuelta al Velódromo más famoso del mundo y te subes por el peralte y entras en meta y te sientas en el cesped del centro con tu medalla y disfrutas.
Después te vas a las duchas míticas de Roubaix. Eliges tu taquilla. Merckx, Boonen, De Vlaenminck, Cancellara, Van Looy, Musseuw… y te sientes como un superviviente. Porque la Roubaix no se hace, se sobrevive a ella. Por eso en la cena hay horas y horas para hablar de los adoquines.
LA PARÍS ROUBAIX PRO
Y el domingo después de desayunar toca abrigarse e ir al Bosque de Arenberg a verlo más de cerca. Caminar por sus adoquines no es sencillo. Hace daño. Y más cuando recuerdas que ayer pasaste por ahí y no te explicas como puede ser posible que por allí la bicicleta no se partiera el mil trozos, las ruedas acabaran sin radios y los huesos cada uno por su lado. Lo bueno de Arenberg es que se ha convertido en un lugar de culto. Allí la región monta sus stands para vender ropa y recuerdos ciclistas. Hay música y ambiente Tour de Flandes y donde hay gente hay comida. Salchichas y cerveza, el menú de las clásicas. Incluso cerveza Enferd du Nord, la artesana de Arenberg.
Es fácil meterse en un ambiente así y disfrutar de una forma de ver el ciclismo a la que no estamos acostumbrados en España. Ver, oir y hablar con aficionados de otros países que les lleva la misma pasión que a tí. Y luego oir y escuchar el ruido del adoquín cuando pasa un pelotón a todo trapo por delante de tus ojos. Con los Van Avermaet, Sagan, Stybar y compañía casi flotando por las piedras. Las mismas por las que tu rezabas para no salir despedido. Y a Luca Mezgec con la bicicleta en la espalda porque la rueda había dicho basta y estaba fulminada. Y a los damnificados de los primeros tramos de adoquines que ya sabían que les iba a ser muy complicado entrar dentro del control y a los que iban descolgados y anhelaban una esperanza, entrar en el Velódromo a menos de 30 minutos de primero, solo por decir que habían acabado Roubaix.
Desde allí a Gruson y Carrefour del Arbre. Justo donde se decidió carrera. En la escapatoria de Gruson. Cuando Sagan le pidió a Gilbert un relevo y este le respondió con un ataque hasta meta, con Polit a rueda. No era ni el más duro ni el más selectivo, pero allí pudimos ver como el cansancio rompe hasta a los más grandes, con escapatoria incluida. Nos quedaba llegar al Hotel, cenar y seguir hablando de piedras, adoquines y reservar la cita para 2020.