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Paris Roubaix 2017, cuando llegar a meta es una cuestión épica

En la París Roubaix el ciclismo se vuelve épico. Los adoquines recuperan el espíritu de antaño cuando la cuestión para el ciclista no era tanto la velocidad, sino llegar. Las piedras, los agujeros y las curvas convierten a los tramos de adoquín en auténticos puertos de montaña en terreno plano. Superarlos es gritar en contra de las leyes del sentido común, que nos dirían que meter una bicicleta de carretera por ahí es imposible. Por eso la recompensa de rodar por el asfalto liso del Velódromo es un premio, seas cicloturista como nosotros o ciclista profesional. Porque ya sólo acabar una Roubaix endulza el palmarés de cualquiera.

Las fotos Paris Roubaix 2017 >

Ese era el objetivo de los viajeros del Team Ciclored. Aceptar el reto del Infierno del Norte, saborearlo, degustarlo, sufrirlo, sudarlo y recibir el premio del Velódromo. Y para esta ocasión grupettas de casi toda la península. La sección canaria con Ángel y Ricardo que repetían de Lieja. La división valenciana con Jesús, Fede y los dos Fernandos, veteranos de Flandes al igual que la grupetta catalana con Xavi, Juanjo y Miguel. Los murcianos Isidro, Joaquín y Domingo y la parte andaluza con Carlos y Sergio.

VIERNES. CARREFOUR DL ARBRE… LOS ADOQUINES ESTÁN DUROS…

La París Roubaix 2017 tenía el nombre de Tom Boonen. Desde que nuestros viajeros aterrizaron el viernes en Zaventem o Charleroi el nombre del flamenco se repitió más veces que cualquier trending topic de twitter. Esta edición era la última cita con ‘su carrera’. La ocasión de convertirse en el hombre con más triunfos en el Velódromo de Roubaix. De retirarse por todo lo alto. Un momento que podía ser histórico y que íbamos a vivir de primera mano. Cultura ciclista para versados en el tema.

Por eso nada más llegar lo primero fue preparar las bicis para el Infierno del Norte… e ir a conocerlo. Esta vez con sol y casi calor (algo de lo más extraño por estos lares). Calas, pedales y a sumergirse en el espíritu de Roubaix. Primer paso obligatorio por el Velódromo. Adoquín gigantesco, foto y rumbo a la historia. Para abrir boca nada mejor que un cinco estrellas como Carrefour del Arbre. Primero en sentido contrario a la carrera… y luego en la misma dirección. Da igual, el adoquín está igual de roto.

Contacto con las piedras. Recuerdo vago de los adoquines de Flandes para algunos y choque con la realidad de Roubaix para el resto. La bicicleta avanza a duras penas. La zona central del tramo es solo practicable a veces. La cuneta de tierra es una delgada línea con desnivel y adoquines de punta amenazando las ruedas. Equilibrio y reto a la técnica ciclista. Y cuando ya has cogido el truco de ir recto… llegan las tres curvas de Arbre, casi imposibles de trazar.

Primero se trata de sobrevivir y superar el tramo. Después de intentar ir rápido. Y por último de incluso jugar a adelantar cuando hay piernas, porque caer a la zona rota supone multiplicar los vatios que necesitas para hacer avanzar la bicicleta. Que la máquina pille los 30 por hora en un tramo así es casi un reto. Alberto Elli, que trabaja con Bike División en esta Roubaix, nos resume sus dos citas con la carrera profesional. «No vuelvo… por aquí íbamos a 45/50 por hora». Duelen las manos casi de pensarlo.

VELÓDROMO…

Después de Arbre el tramo de Gruson, de 3 estrellas, casi parece una autovía. Praticable por el centro y con amplia escapatoria de tierra en la cuneta. Queda todavía Hem, el último tramo de piedras. Roto como él solo. Tres estrellas con sabor a cinco por la tortuosa cuneta mezcla de tierra, asfalto, baches y cemento por la que se puede escapar. Lo que en cualquier día normal de bicicleta sería una carretera impracticable en Roubaix se convierte en algo deseado por el ciclista. Contrastes Roubaixdianos.

Nueva visita al Velódromo (si es que tiene imán) y a patear las tiendas de recuerdos. Adoquines, gorras, camisetas… cualquier souvenir que indique que has estado en uno de los templos del ciclismo. Eso sí, la cola para coger los dorsales se hace kilométrica. De un velódromo a otro. Menos mal que, Héctor, nuestro Boonen particular, ha hecho trabajo de gregario y ya tiene los dorsales esperando en el hotel. 

Cena para cargar de hidratos el cuerpo. Charla sobre Roubaix. Consejos para no pelearse mucho con los adoquines. Bienvenida a la sección canaria, siempre dependiente de los vuelos y las conexiones con las islas. Y… unos a descansar y el resto a la Nuit du Veló. Tocaba soñar con piedras.

SÁBADO. PARIS ROUBAIX CICLOTURISTA… NUESTRA CITA CON LA ÉPICA

La París Roubaix sigue la filosofía de las Clásicas del Norte. Acabarla ya es suficiente premio. Por eso no hay clasificaciones, ni salidas masivas, ni codazos por ganar la posición. Eso sí, para los valientes que se atreven con el recorrido de 170 kilómetros y 29 tramos de adoquines supone madrugar, y mucho. A las 04.00 suena el reloj Juanjo, Miguel, Isidro, Joaquín, Domingo, Sergio y Xavi. Desayuno listo y a comer como para disputar una Roubaix.

Todavía ni han puesto las calles de Roubaix cuando llegamos a la manada de buses que les llevará a Busigny, punto de partida de la marcha. Procesión ciclista para los 2.000 que han aceptado comer los mismos tramos de adoquines que los ciclistas profesionales. Sueño en el trayecto y niebla en la salida. Frío al inicio que se irá convirtiendo en calor con el paso de los kilómetros y el calentamiento natural de los tramos de adoquines. Terreno seco, cero humedad y menos riesgos.

Para el resto de la grupetta el despertador suena a las 07.00. Desayuno y rumbo al Velódromo para la salida. Tiempo para fotos, café y conversar con Noel, José Angel y Roberto, la sección gallega de esta París Roubaix. No hay prisa. Temperatura ideal que permite ir con las ‘patas’ al aire protegidas solo por la crema STM Sport 1 y pedalear al ritmo que nos convenga por los 50 kilómetros de carreteras francesas antes de Arenberg.

 

Da tiempo a parar en el primer avituallamiento, mantener un ritmo constante, jugar a ciclistas con los relevos a fuego de Jesús y Fede, compartir pedaladas con grupos de belgas, holandeses, checos, franceses… Incluso subir tres puentes de autovía, los ‘puertos’ de la París Roubaix, que en su versión de 141 kilómetros no suma más de 600 metros de desnivel… y no le hacen falta para llegar fundido.

Incluso a poco de Arenberg, cuando se huele el bosque, toca enfilar el grupo. Ajustar zapatillas, cascos, gafas, botellines… y de repente la recta más dura del ciclismo mundial. Dos kilómetros y medio de sufrimiento de adoquín roto que, al menos, este año está seco. Golpe brutal con la dureza del pavés. Sin escapatoria. Adoquín si o sí. Las pulsaciones a 175 para conseguir que la bicicleta no se quede parada. Historia del ciclismo bajo nuestras ruedas.

Al acabar… parada y foto. Arenberg merece eso y mucho más. Puesto de control con Héctor otra de vez de gregario y a disfrutar del rodar de la bici por carreteras asfaltadas. Incluso el tramo de Wallers, de sólo dos estrellas y 1,6 kilómetros, parece un camino de rosas comparado con lo que acabamos de pasar.

El desvirgue de Arenberg hace que todo parezca un poco menos… al principio. Pero cuando se empiezan a suceder los tramos de adoquín sin descanso (y algunos sin escapatoria) comienza a aparecer el cansancio y el avituallamiento es un oasis de obleas Meli, gofres… en incluso geles y barritas de Etixx. Cualquier ayuda alimenticia es poca.

Pinchazos, averías… lo normal en Roubaix. Después de cada tramo reagrupamiento y compañerismo. Aquí todos somos sufridores del adoquín menos los profanos de Roubaix. Los que acuden con bicicletas de BTT que desvirtúan el espíritu de la cicloturista más épica. Como subir al Everest en telesilla.

Duelen los brazos, las manos… casi todo menos las piernas. Quizás por el masaje natural del adoquín. El tramo de Orchies marca la cita con la historia y Mons en Pevelé, el tercero de cinco estrellas, un punto más de sufrimiento para acabarlo. Tres kilómetros de adoquines casi sin escapatoria pero con el ánimo de las caravanas que ya están allí esperando la llegada de los profesionales del domingo.

El último avituallamiento sabe a gloria solo por descansar unos minutos del traqueteo del adoquín. Ya se empiezan a descontar los tramos de piedras. Uno menos para acabar. Uno más para sumar al recuerdo. Queda la zona más épica, allí donde se suele decidir la carrera. El entramado de Camphin en Pevelé (cuatro estrellas), Carrefour dl Arbre (cinco estrellas) y Gruson (tres estrellas). En total cinco kilómetros de adoquines solo separados por 500 metros de carretera asfaltada.

Vatios para a las piernas, concentración máxima para esquivar los agujeros de los adoquines y buscar la cuneta cuando sea necesario, técnica para aprovechar la energía que queda y capacidad mental para sufrir. Roubaix es un ejercicio de ciclismo completo. En Arbre las pulsaciones se disparan muchos dígitos por encima del umbral. Hay que meter la máxima tensión a las piernas, sentarse con fuerza en el sillín para que la bicicleta no bote y se asiente en el adoquín y apretar los dientes para que no salte ningún empaste.

La foto después de Arbre es de las que se guardan a la memoria. A meta restan 15 kilómetros con Gruson y Hem. 1,4 kilómetros de adoquín roto por el centro y escapatorias poco practicables. Sentimientos encontrados. A sufrir el pavé en la última cita o a intentar superar el reto sin averías ni pinchazos. El corazón pide adoquín. La cabeza, las piernas, la lógica y esa vocecita de tu madre que a veces suena el interior la cuneta.

A partes iguales. Así los cinco últimos kilómetros hasta Roubaix (con calle de 500 metros cuesta arriba incluida) nos  hacen más dulce la entrada en el Velódromo. La imagen tantas veces soñada y vista en televisión. Recta. Curva para entrar en el complejo deportivo, curva a la derecha, peralte, cemento y el paraíso. Tres cuartos de vuelta y meta. Sentimientos, sensaciones, ciclismo. Medalla y a mirarse el cuerpo y la cara cubiertos por polvo. Recuerdos de infancia. Toca celebrarlo tumbándose en el césped o a base de cerveza. Cada cual su elección. Eso sí, la cita con las duchas son ineludibles.

Toca buscar una taquilla con historia. La dedicada a Boonen, o a Merckx, Coppi, Musseuw, o a Hinault, o la las leyendas de Roubaix menos conocidas como De Vlaenmick, Ducloss Lassalle. Un chorrito de agua para limpiar el cuerpo de polvo y sudor, pero que no puede borrar el recuerdo de lo vivido horas antes, cuando pedalear era enfrentarse a la lógica y la comodidad.

DOMINGO. LA ROUBAIX DE TOM BOONEN

La Roubaix cicloturista se pedalea el sábado… pero los golpes comienzan a salir el domingo. Cuesta desentumecer los músculos para bajar a desayunar. Pereza cada vez que se ve una escalera. Incluso pensar los nombres del trío de ciclistas que estará en el podio del Velódromo por la tarde. La porra que ya es tradición en los viajes Ciclored a las Clásicas.


Boonen, Sagan, Van Avermaet y el recuerdo de lo vivido sirven de hilo musical para el trayecto al Bosque de Arenberg, el lugar mítico en el que nos encontraremos de frente con la marabunta de un pelotón ciclista profesional rodando en los adoquines, que hace que se mueva el suelo (literal).

El bosque de Arenberg suele ser un lugar frío y húmedo, en el que conviene abrigarse… pues en este 2017 sobraba hasta la chaqueta. 20 grados en un paraje francés tomado por los flamencos. Las matrículas de los coches y el olor a cerveza y fiesta sirven como muestreo estadístico con un porcentaje de acierto del 99%. La cara Boonen pintada en la entrada de Arenberg y las banderas de Flandes repartidas por los 2,4 kilómetros del bosque confirman que es del 100%.

A primeras horas se puede pisar el adoquín, tocar la hierba que crece entre piedra y piedra y recorrerlo de lado a lado. Cansa incluso a pie. Tanto que pide escapatoria por el lateral de vez en cuando. La tradición exige cerveza, salchicha y aguardar en la cuneta la llegada de la carrera. Todavía restan 90 kilómetros pero allí siempre se empieza a decidir. De uno en uno y a 5o por hora. Primero el pelotón con Trek y Kastusha haciendo el trabajo para sacar diferencias a Van Avermaet, descolgado tras un pinchazo y una caída. Después el campeón olímpico con una decena de ciclistas a rueda buscando su cita con la historia.


La cámara de fotos desvela la dureza. Ruedas en el aire al paso por el adoquín. Cuerpos cubiertos de polvo, músculos en tensión y caras de sufrimiento continuo. Sangre en algún culotte. Bicicletas al borde del colapso mecánico. Cadenas que parecen el perfil de una etapa de montaña.

Y de ahí a las furgonetas y a Carrefour del Arbre. Filas de coches pensando lo mismo. Autovía al borde del atasco dominical y la carrera en directo pasando a derecha e izquierda. Incluso un coche de Movistar nos deja ver cómo sufren las bicicletas. Cubiertas de barro y con la patilla del cambio colgando. Así es Roubaix. Gruson, Arbre, pantalla gigante y la carrera por delante de nosotros.

La decoración a cambiado. Van Avermaet, Langeveld y Stybar en cabeza. Moscon y Stuyven en persecución con opciones todavía de victoria. Boonen saboreando sus últimas pedaladas ya sin opciones de triunfo. Sagan mascando un nuevo contratiempo en forma de pinchazo. Greipel sacando músculo en una carrera que le va que ni pintada. Demare presentando su candidatura al podio de Roubaix… y por detrás sufrimiento. Rostros casi irreconocibles por el polvo y esfuerzos solo por aparecer en la lista de llegadores a meta.

Cuando la pantalla gigante nos muestra la entrada al velódromo y el sprint ganador de Van Avermaet la carrera todavía no ha acabado en Carrefour dl Arbre. Ciclistas de uno en uno. Vistazo a la tele a ver qué ha pasado y a seguir sufriendo en los quince kilómetros que restan para meta. Agonía en solitario recompensada por los ánimos de los aficionados que esperan hasta que el último ciclista. Y detrás el bus con los derrotados. Y los camiones con las bicicletas de carbono último modelo destrozadas por el ogro de Roubaix.

Y como siempre la París Roubaix siempre vale una buena cena con en casa de los amigos de Le Brottoux. Y una larga conversación de ciclismo hasta que cierren el local. Y el recuerdo de una zona a la que jamás vendrías de no ser por una carrera ciclista en la que lo épico y lo tradicional ganan a la lógica. Por eso en 2018 volveremos. A seguir retando al sentido común y a la comodidad. Porque el ciclismo nació de los retos.

Paris Roubaix 2017. La afición con Van Avermaet

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