La París Roubaix 2016 unió infierno y paraíso en cuatro días de puro ciclismo. Las piedras, el cansancio y el reto del Infierno del Norte fue el paraíso terrenal para los 15 viajeros del Team Ciclored. Sufrimiento con recompensa ciclista. Agonía en los adoquines con celebración en el velódromo. Éxtasis interruptus con Tom Boonen. Dos extremos que cuando se llegan a tocar hacen que la vida del ciclista adquiera sentido.
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Y es que el placer ciclista siempre va dado de la mano del sufrimiento. Pero si se hace con un grupo de personas primero y ciclistas después como con los que tuvimos el privilegio de compartir la Paris Roubaix 2016 el sufrimiento se queda reducido a las ‘cuatro piedras’ mal puestas de los adoquines de Roubaix.
VIERNES. CARREFOUR DE L’ARBRE, PERICO DELGADO Y RACORMANCE
Highway the Hell. La autopista hacia el infierno de los viajeros Ciclored.com comenzaba el viernes de madrugada. Temprano en pie para coger un vuelo que les dejase en Lille o Charleroi. Primer esfuerzo para cumplir el sueño de pedalear entre las piedras malditas de las planicies del norte de Francia. A las 12.00 ya estábamos todos en el Hotel de Roubaix para probar las Eddy Merckx. Pedales, medidas, alturas… y un regalo especial para Adrián, Luis, Pepe y Santiago.
Ellos habían sido los afortunados para salvar su culo. Sí sí. Iban a probar las tijas Racormance de Basalto. Nueva tecnología para absorber los golpes, agujeros y baches y ningún terreno mejor que el de la París Roubaix. Y la prueba de fiabilidad se saldó con tanto éxito que el resto miramos con envidia….
A las 15.00 no había tiempo para más. Hicimos grupetta con los italianos del ex profesional Andrea Tonti y un pelotón de 50 ciclistas nos pusimos rumbo al Carrefour de l’Arbre. Así. A palo seco. Llegada a Grusson, giro a la izquierda y cinco estrellas. Primero en sentido contrario hacia Camphin en Pevelé y luego en la misma dirección que carrera.
David, repetidor de 2015, echa mano de experiencia y rueda fino. Marc y José Antonio tiran de kilos y watios para aplanar adoquines. Más les cuesta a Josep, Jordi, Felipe, Pepe, Luis, Santiago y el que escribe. Inexperiencia, miedo… y falta de peso. El Carrefour no deja indiferente. Tampoco a Adrián, clasicómano puro, experto en ciclismo y que además de estar viviendo un sueño hace de guía de María. Amor sobre piedras, el mismo que Lina fotografiando a Pepe al acabar el sector.
Primeras piedras, primeras sensaciones y fotografía al canto. Hay que inmortalizar cada momento. La historia bajo nuestras cubiertas. Rumbo a Grusson, al agujero de Hem y a la cuesta de 500 metros a la entrada de Roubaix que es casi un puerto de montaña. Y después al Velódromo. Dos vueltas. Paso por meta y el bueno de Pedro Delgado en la puerta para completar el día. Bromas, intercambio de ideas, de impresiones, fotos y es que Perico es asi, uno más de la grupetta.
Y por la noche turno de recargar pilas. Cena y visita a La Nuit du Veló en el Velódromo de Roubaix. Solo un ratito. Vigilia para el día siguiente. Briefing, algún consejo… y a soñar con las piedras.
SÁBADO 9. LA HORA DEL LA PARIS ROUBAIX CHALLENGE
Nadie dijo que fuera fácil. A las 04.00 sonaba el despertador para David (que además repetía experiencia de 2015), Adrián y Santiago. Madrugón para desayunar y coger el bus rumbo a Busigny. Junto a ellos 3.000 locos venidos de todo el mundo dispuestos a hacer 175 kilómetros y ‘comerse’ los 25 tramos de adoquines de la París Roubaix. Los mismos que un día después iban a afrontar los profesionales.
El paso al infierno de Roubaix para el resto de los viajeros ciclored.com era más benévolo. El despertador se apiadaba a las 07:00 para devorar el buffet libre del hotel. Calorías contra el frío mañanero. Sólo un instante. A las 08.30 partíamos del Velódromo de Roubaix con sol y en cuatro pedaladas el cuerpo entraba en calor.
Tocaban 50 kilómetros de adaptación a las carreteras estrechas, al asfalto rugoso y a los baches. Ideales para ir pillando la rueda de holandeses, belgas y australianos. De esos de casi dos metros de altura que nos dejaban casi sin viento de cara. Y como la táctica era CBR (Comer, Beber y a Rueda) paramos en el avituallamiento para ir recargando fuerzas.
Y es que el Bosque de Arenberg no era un aperitivo, sino un plato principal en su máxima expresión. Giro a la derecha. Infierno de barro. Las lluvias de los días anteriores, la humedad del bosque, el fresco de la mañana convierten los casi dos kilómetros de Arenberg en una pista de patinaje. Casi imposible mantenerse sobre la bici. Agujeros, adoquines, ciclistas por todos los lados… ingobernable. Atravesarlosupuso más de 8 minutos y pulsaciones a mil para evitar besar los adoquines (eso solo al acabar la marcha…)
Menos mal que al final del tramo estaban Héctor, María, Lina y Fani para inmortalizar el momento.Recompensa y a seguir rodando en busca de Adrián, David y Santiago, que ya había sufrido Arenberg.
Tras Arenberg casi todo parece una autopista comparado con el bosque. Los adoquines ya están secos, no hay barro y siempre alguna escapatoria de césped para esquivar el traqueteo. Cunetas que serían territorio prohibido en cualquier salida normal en bicicleta y que se convierten en el maná cuando las piernas, los brazos y las manos empiezan a sufrir la tortura de los adoquines.
Pasan Wallers, Hornaing, Warlaing... pavé poco conocido para el público pero que hace daño al cuerpo. Por eso no hay duda de parar en el avituallamiento a 75 kilómetros de meta. Además con regalo. Allí Pedro Delgado y Pedro Horrillo, que también están haciendo la marcha, nos regalan consejos para la batalla que queda. Nunca viene mal.
Las dos zonas de Orchies dejan paso a los míticos de cuatro estrellas de Mons en Pevelé y Pont Thibaut. Seis tramos de pavé que rompen el grupo. Las fuerzas se empiezan a echar en falta. Es todo plano pero cada kilómetro de adoquín es como si fuera un puerto de montaña. La bicicleta se para. No avanza. Cada pedalada es un suplicio si no eliges el lado correcto. Por eso es obligatorio detenerse en el último avituallamiento para ganar energías. Además. Obleas de miel, gofres, galletas, barritas energéticas…. y tiempo para reparar pinchazos, que en Roubaix están a la orden del día.
El cansancio a veces te hace incluso ver doble. No puedes cerrar las manos. Es difícil frenar. Incluso agarrar el manillar. Todo el cuerpo se resiente y por delante queda el Tourmalet de Roubaix. Tres tramos de ‘calentamiento’ y la agonía. Camphin en Pévele, Carrefour de L’Arbre y Gruson. Cinco kilómetros de pavé roto seguido, con solo 300 metros de asfalto de descanso. Agonía pura.
Aparece el viento… y no precisamente para ayudar. Las cuatro estrellas de Camphin en Pevelémultiplican su nivel con eolo soplando de costado. Llega Carrefour. Cinco estrellas… y menos mal que al principio, la zona más rota, el viento es amigo. Una pequeña ayuda que se torna en enemigo cuando sopla de costado. 300 metros para la foto mítica…. y a seguir pedaleando por Gruson.
El último tramo es Hem. Dos estrellas que deberían ser siete y ocho. Ciclistas pesados y con watios sufriendo y casi sin poder hacer avanzar la bicicleta en un tramo totalmente plano. Pajarones en plano. El señor del Mazo haciendo de las suyas con cara de piedra. Así es Roubaix. Donde los desniveles se miden en adoquines.
Eso sí. Siempre quedan los cuatro kilómetros finales hacia el Velódromo. La campana sonando. La vuelta por el peralte. Elsprint. La foto. La medalla. El beso de la azafata. La cerveza en el Bar de los Amigos de la Roubaix. La ducha en las taquillas míticas. La búsqueda de Boonen, Merckx, Cancellara, De Vlaenmick… Un hueco entre los más grandes.
Y sobre todo la cara de felicidad de 11 ciclistas mezclada con el cansancio de un recorrido con sólo 500 metros de desnivel. También llegan los hermanos Colino. Casi dos metros de ciclistas que han aplastado adoquines como si fueran papilla. Igual que el segoviano Carlos de Andrés. Un vicioso de las clásicas que apura horas de sueño y trabajo para sumar Flandes y Roubaix el mismo año.
DOMINGO. LA MEJOR ROUBAIX DE LA HISTORIA Y EL LUNES, A FLANDES
Y ahora… que sufran ellos. El domingo pasabamos de protagonistas a espectadores. El pelotón profesional se adentra en el territorio Roubaix. El mismo que nosotros habíamos pisado una horas antes. Desayuno tranquilo y porra con el pronóstico de la carrera. Los cicloturistas somos así. Nos gusta pedalear y sobre todo hablar de bicis. Boonen, Cancellara, Stybar, Sagan, Vanmarcke... jugamos a adivinar el futuro en un terreno como el adoquín, que hace que cualquier error sea imposible de subsanar.
Rumbo al Bosque de Arenberg. Allí ya está montada la fiesta de cada edición. Carpas, cervezas, salchichas, camisetas, gorras, maillots, banderas con el león de Flandes… Olor a ciclismo clásico y èpico. Siempre con mayoría belga y holandesa. Para ellos la Roubaix es casi su patrimonio. Como si no se disputase en Francia. Podemos pisar las adoquines de Arenberg y comprobar que se han secado en parte. No va a ser una pista de patinaje, pero aún así siempre decisivos.
La pantalla gigante canta que la carrera está rota. Escapada y los Etixx ya han roto el pelotón. Quedan 95 para meta pero la edición 2016 de la París Roubaix ya ha separado a los favoritos. En Arenberg Erviti pasea por delante. Boonen y Vanmarcke tienen un buen hueco sobre Cancellara y Sagan, que trabajar por detrás. Marabunta en Arenberg. Estruendo. Gritos.
Los adoquines nos envian la imagen de un Orica con la cara destrozada. Patinazo a 200 metros de entrar en Arenberg. Sangre. Duele casi mirar. Es hora de partir rumbo a Carrefour de l’Arbre. La otra zona mítica.
Adoquines históricos por los que Vanmarcke pasa con ventaja. Será su año. Boasson Hagen, Boonen, Stannard, Hayman le persiguen. Son los únicos con opciones. Erviti llega descolgado, igual que Sagan. Cancellara bañado en tierra y fango después de una caída.
Ahora toca mirar a la pantalla gigante para seguir la carrera. Por delante de nuestros ojos y a 10 metros siguen pasando ciclistas sueltos. A fila de a uno. Con minutos de distancia entre ellos. Gritos para Irizar. Un clasicómano que siempre honra al ciclismo. Y en la tele ataca Boonen y dos centenares de aficionados gritan como si fuese la final del Mundial de Fútbol. Lo intenta Vanmarcke y tiene sus apoyos. Todavía le queda para ganarse el corazón de afición
Velódromo. Campana. Vuelta final. Respiración contenida. La afición espera al míto. La historia. La leyenda de Boonen y sus cinco Roubaix. Levanta los brazos y los recoge con la misma velocidad que Hayman cruza la línea de meta. No hay australianos entre los aficionados. Grito sordo de desesperanza. Lo que pudo ser y no fue. Silencio absoluto.
Los españoles, profanos en estas batallas, casi no entendemos lo que acaba de suceder. De una posible fiesta épica a la normalidad. Camino del Velódromo nos llevamos el recuerdo de Roubaix en forma de flecha. Cervezas, visita al bar, a la campana que pudo ver la historia de Boonen, a la leyenda de Roubaix.
Y el lunes los periódicos abren sus portadas con la tristeza de Boonen. El adoquín de Hayman pasará a la historia como el ‘quinto’ que nunca fue.
Nosotros cambiamos de monumento. Roubaix está a un paso de Flandes y el Kapelmuur es un lugar demasiado histórico como para obviarlo. Antes de subir al avión hay que pisar los adoquines en cuesta de la capilla. Hay que pasear por la plaza y las calles de Oudenaarde. Hay que adentrarse en la belleza de Gante y sus monumentos, que son testigos de los triunfos de la Het Volk. Hay que honrar al ciclismo que nos ha regalado un fin de semana de placer paradisíaco en el INFIERNO DEL NORTE.