Marmotte Granfondo Pirineos. Brutal, bella, mítica, agónica, dulce. Ciclismo, cicloturismo y reto. Palabras contrapuestas para definir una auténtica paliza ciclista. Un manjar que sólo digerible para los estómagos ciclistas entrenados en largas distancias. Una tortura física y mental capaz de acabar con las fuerzas del cicloturista más ‘gallito’ a poco que pierda el respeto al recorrido. Una marcha que acaba de nacer y que en pocos años será un reto obligado.
La Marmotte Gran Fondo Pirineos incluía 5.600 metros de desnivel y 160 kilómetros con dos subidas al Tourmalet, más Hourquette d Ancizan, Aspin y final en Luz Ardiden. Por eso, cuando a Ciclored nos llegó la invitación de Sport Communication, la empresa organizadora, no lo dudamos ni un instante. Había que montar un viaje para retar al rey Tourmalet.
Lanzamos el órdago a nuestros viajeros y funcionó. Enekoitz, Joaquín, Imanol, Jorge, Juan Antonio, Guillermo, Juan, Adrián, Sergio, Álvaro, Jaime y el que escribe nos vestimos de ciclistas para afrontar la primera Marmotte Pirineos. Una docena de apasionados de todos los puntos de la geografía española. De Extremadura a Almería pasando por Galicia, Alicante, Castellón, el País Vasco o La Mancha. No desentonábamos nada con el resto. Un 28% de ciclistas de Pirineos hacia abajo que ganábamos a los propios franceses, sólo el 21%. Para completar un total de 870 locos.
Y como esto del ciclismo no sólo es llegar y besar el santo… pues tuvimos que meternos un aperitivo los días previos. El viernes tocó explorar Gavarnie y Boucharó (una de las subidas desconocidas del Pirineo), algunos Hautacam, el sábado hacia Cauterets (meta del Tour 2015), otros hacia las rampas desconocidas de Lourdes, algunos por Borderés y Lac d’ Estaing. Menú amplio y con oferta gastronómica para todos los gustos.
Donde no hubo elección fue en la cena y el desayuno de nuestro hotel de referencia en Argeles. Cantidades industriales y de calidad de pasta y proteínas en todas sus variedades. Para el domingo tocaba ir con los depósitos de glucógeno bien llenos y con la cabeza repleta de datos sobre La Marmotte Pirineos... y el resto de batallas ciclistas. Porque, eso sí, las tertulias post comida se alargaron hasta que quiso el reloj. Placer ciclista con amigos apasionados de nuestro deporte.
UN DÍA DE CICLISMO PURO
El domingo 28 de agosto pequeño madrugón a las 06.00 y a las 07.30 en la línea de salida de La Marmotte Pirineos en Argeles Gazost estábamos la docena de viajeros Ciclored. Bromas, sonrisas y tensión contenida antes del reto. Ligera niebla, primeros rayos de sol y 20 grados para hacer a bloque los 18 kilómetros de acercamiento a Tourmalet por Pierrefitte Nestalas. Sensación de carrera máster porque se iba a ritmo de vértigo. Pelotón agrupado a 45 por hora. Carril derecho para nosotros y el izquierdo para los coches. Murmullo y vaciles en el pelotón por la batalla de que nos espera. Casi todos en perfecto castellano. Ya se notaba la mayoría.
En Luz se abren las nubes, se aclara el día y aparece el rey Tourmalet. Amenazante, pero todavía benigno. Hay fuerzas y todavía se puede rodar en grupo hasta Bareges. Fuera manguitos y chalecos. Solazo. En dos cambios de ritmo se rompe el pelotón en mil pedazos. Ya no se volverá a unir. El corazón pide marcha, pero la cabeza exige ritmo y guardar. Queda demasiado trabajo por delante.
En la cima da tiempo a coger un par de barritas y geles de Etixx, cargar bidones y resistir al pecado del queso y el embutido francés. Velocidad de vértigo camino de Sant Marie Campan. Giro a la derecha y a seguir subiendo. Primero los repechos camino de Aspin y en el Lago de Payolle arranca la Hourquette d’Ancizan. Desconocido para el gran público hasta que el Tour lo metió en sus recorridos hace un lustro. Alternativa paralela al Col de Aspin.
Carretera bien asfaltada, desniveles asequibles, algún descansillo. Ideal para seguir sumando desnivel sin demasiado esfuerzo y ahorrar fuerzas. Cima y descenso rápido, sinuoso, estrecho, con asfalto rugoso y mil curvas ciegas. Nos recuerda que los Pirineos todavía tienen carreteras de antaño, de las que en verano se derretía la brea y había que ir con mil ojos.
Poco más de cinco kilómetros planos desde Ancizan a Arreau para soltar el músculo y retorno a la historia mítica del Tour. Aspin. El hermano pequeño de Tourmalet. Siempre entrante o plato intermedio. Una docena de kilómetros sin grandes rampas, pero con sol y calor que dejaron las piernas a punto de nieve.
EL SEGUNDO TOURMALET
En la cima tiempo para beber y pensar. El cuerpo ya llevaba algo más de un centenar de kilómetros y 3.000 metros de desnivel. Batalla suficiente para cualquier ciclodeportiva al uso, pero en la Marmotte Pirineos todavía quedaba lo más duro por delante. Terreno conocido y soñado. Fuente de Saint Marie Campan y de nuevo el Tourmalet. 25 grados, sol y casi sin viento. La ascensión soñada de no ser por el cansancio acumulado. Hasta Gripp el rey es benóvolo con sus súbditos. Desde alllí un tirano implacable y cruel. El porcentaje rara vez baja del 8% durante más de 13 kilómetros. Las piernas pierden fuelle a cada pedalada. La Marmotte Pirineos se convierte en un desfile de ciclistas en fila de a uno y separados por más de 200 metros. La batalla contra el rey se hace individual. Cada uno con sus fuerzas contra el Tourmalet. Ir a rueda no vale para nada. Ritmos distintos. Peleas diferentes.
Las galerías previas a La Mongie hacen agonizar a más de uno. El paso por la estación de esquí despierta olores y apetitos. Queda el tramo final con Eolo como invitado para hacer un poco más trágica la fiesta. Sólo la visión del ciclista de acero de la cima y del avituallamiento cargado de queso, dátiles y barritas y geles Etixx atenúan el cansancio. En condiciones normales sería la traca final, pero quedaba el remate con nombre Tour.
Tras el Tourmalet largo descenso hacia Luz, paso por la zona de pasta party y avituallamiento, giro a la derecha y una docena de kilómetros más hacia Luz Ardiden. Si el cuerpo se había resentido en Tourmalet tiene que tirar de amor propio para superar el tramo central de la subida, aquel en el que los carteles repiten de forma incesante el 9% de porcentaje medio. Solo a dos de meta el 6% deja aumentar la cadencia y entrar con cierta dignidad en Luz Ardiden con la sensación de haber estrenado una ciclodeportiva que va a dar que hablar en los próximos años.
Y abajo ducha, nuevo avituallamiento y pasta party hasta que el cuerpo aguante. El estómago pide a gritos más madera y hay que dársela. Si es en un salón con mesa, silla, buena comida y rodeado de ciclistas amigos para contar sus batallas de La Marmotte Pirineos… mejor que mejor. Uno a uno llegan todos los valientes del Team Ciclored. Sensaciones distintas, pedaladas a diferentes velocidades, pero placer ciclista en común. La paliza ha sido considerable. Pese a que desde Luz hasta Argeles (donde está el Hotel) es todo cuesta abajo, sólo Álvaro se atreve a hacerlo en bici para completar la cifra mágica de 200 kilómetros.
El resto en cuatro ruedas y en menos de una hora a cenar. Hace poco menos de dos estábamos acabando la pasta party y el cuerpo sigue asimilando hidratos y proteínas. El menú del Hotel de Argeles encuentra buena respuesta. Ningún plato vacío. El cansancio no es óbice para que la conversación ciclista sobrepase la medianoche. Una cerveza de Flandes (Leffe) para celebrar el éxito, comentar la jugada y comenzar a planificar los retos de 2017, que pasarán por Dolomitas, Pirineos, Alpes, las Clásicas, la QH, La Marmotte… Es lo bueno de los grupos ciclistas de Ciclored, que justo al acabar de pedalear ya estamos pensando el volver a hacerlo de nuevo en algún otro lugar del mundo.