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Una Marmotte Alpes 2018 con olor a Tour

La Marmotte Alpes 2018 olía a Tour de Francia. No en vano la marcha cicloturista más famosa e icónica del país galo nació con esa idea, asimilarse a la etapa reina de la Grande Boucle. El objetivo era que los cicloturistas de antaño (llevan más de 25 ediciones) pudieran hacer lo mismo que los profesionales. Subir tres puertos fuera de categoría en los Alpes y por nombre Croix de Fer, Galibier y Alpe d Huez resonaban en los oídos de cualquiera. Creaban esa necesidad de ir y probar. Después se cambió Glandon por los tres kilómetros finales de Croix de Fer. Daba igual. Recorrido Tour.. y en este 2018, calor Tour, de los que derriten la brea y hacen de Alpe d Huez un infierno (casi literal).

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La Marmotte Alpes aglutina el interés de muchos de nuestros amigos cicloturistas. Por eso conseguimos formar una grupetta de calidad, con ciclistas de todo los niveles y lugares de procedencia. Valencia, Alicante, Barcelona, Madrid, La Rioja, Canarias, Galicia, País Vasco, Toledo, Suecia… que se midieron a los 5000 metros de desnivel y 175 kilómetros de la prueba francesa. Pero a algunos les quedaron más ganas de pedalear, así que alargamos durante una semana más por los Alpes. Menú había más que suficiente. Izoard, Granon, Madeleine, Chaussy, Croix de Fer, Lautaret… y alguna cara B de Alpe d Huez.

PRIMER PASO, LA MARMOTTE ALPES

La Marmotte Alpes siempre es dura, pero con calor extremo, se hace eterna. Eso sí, antes de la cita con Alpe d Huez tocaba estirar piernas y probar una de las caras B de la montaña de los holandeses. El sábado previo a La Marmotte es el día para conocerse y charlar. Día suave para sudar camino del Col de La Sarenne, una de esas cimas leves, livianas, pero que regalan belleza por sus vistas y por el paisaje. Merece la pena rodar y asomarse al abismo de uno de los puertos desconocidos. Hacerlo sin presión y sin prisas. Solo por el hecho de probar el cuerpo para la jornada siguiente, la etapa reina.

Después hay que recoger los dorsales y charlar. Porque la Marmotte también se hace el día anterior aprendiendo del resto de los compañeros de grupetta. Consejos para enfrentarse a la grande. Qué y cuanto comer. Qué ropa llevar. Cómo gestionar los esfuerzos. Y sobre todo donde disfrutar, que al final se trata de eso. Y de cargar el cuerpo con hidratos de calidad por la noche y por la mañana, como los que teníamos reservados en el Hotel Le Castillan, nuestra base de operaciones en Alpe d Huez.


El día de La Marmotte no importa levantarse a las 05.00. Llama la ilusión y las ganas por enfrentarse a la historia del Tour. La Marmotte es el Tour, aunque se llame de otra manera. Por estas carreteras hemos visto a nuestros ídolos sufrir, ganar, perder, descolgarse, dar espectáculo, etapas épicas, hazañas… ciclismo. No aspiramos a repetirlo, sino a sentirlo en nuestras piernas. A ver cómo hay que medir los esfuerzos en Glandon pese a las ganas que llevamos. A mirar al combinado Telegraphe/Galibier no como un puerto, sino casi como una cicloturista en sí mismo. A disfrutar de las vistas de un día soleado y despejado. A parar en los avituallamientos para saborear las montañas por las que estamos pasando. Y, sobre todo, a enfrentarnos a un Alpe d Huez que cambia de fisonomía después de todo lo anterior.

Y es que no hubo ningún cicloturista que no sufriera la dureza del Alpe d’ Huez. En la falda marcaba 35 grados y eso unido a los casi 4.000 metros de desnivel acumulado y a lo que quedaba por delante hacía de la montaña más icónica del Tour una auténtica pared. Pero a eso habíamos venido. A ‘sufrir’ la agonía del ciclismo de altas cumbres. La línea de meta era un paraíso en el que poder recuperar y sobre todo, un lugar para celebrar que La Marmotte era una muesca más en nuestra nómina ciclista.

Y DESPUÉS… LAUTARET, IZOARD, GRANON, MADELEINE, LACETS, CROIX DE FER…..

¿Al acabar la Marmotte quedan ganas de dar pedales y seguir conociendo los Alpes? Pues sí. Pero el lunes programamos una etapa suave y de transición, para que el cuerpo recuperase las energías del sábado. Tocaba desandar el camino andado… pero por otro lado. Lo primero, volver a calentar el músculo subiendo a La Sarenne para descender por Mizoen y poder ver unos de esos paisajes de postal. Al llegar al Lago del Chambon Lautaret para arriba. 23 kilómetros que se habían descendido el día anterior y que muchos no recordaban haber pasado por allí. La velocidad y la tensión hacen ver cosas distintas.

Y en el Lautaret, coca-cola, avituallamiento y largo descenso con viento a favor hasta el hotel de Briancon. Cena opípara a base de gastronomía local, postre, queso, helado… y el por la mañana desayuno pantagruélico. Ahora sí, el cuerpo estaba más que preparado para afrontar el Tour de los Alpes.


Es que el martes teníamos preparada una etapa ‘especial’. Un veterano y mítico del Tour y uno casi inédito. Suave descenso hasta Guillestre, cartel con todos los puertos de la zona abiertos (eso es como un buffet libre, a ver cual coges) y rumbo a Izoard. Lo bueno de la cima de la luna es que su aproximación es igual de bella, o más. Los desfiladeros y túneles excavados en la piedra del río Guil son dignos de ver y como sólo pican al 1/2% hay tiempo de observarlos. Por aquí pasó Coppi en su etapa más épica después de bajar Vars camino de Izoard. En Arvieux el giro a la izquierda y todo hacia arriba.

El col de Izoard es duro, intenso, pero da descansos a las piernas. Permite oxigenar para ver en cada señal kilométrica hasta la cima el homenaje a un ciclista que hizo historia allí. Pasar por la Casse Deserte y ver el paisaje lunar. Parar a dos kilómetros y fotografíar el monumento de piedra que pagaron los lectores de L’Equipe en homenaje e Luison Bobet y Fausto Coppi. El Tour pasó por su cima no menos de una treintena de veces, la última justo el año pasado con la victoria de Barguil.

A su lado está su vecino Col du Granon, que es prácticamente una anécdota del Tour. Su primer paso también es el último. 1986, con victoria de Eduardo Chozas. Desde entonces se han olvidado de esta cima de 11,4 kilómetros al 9,6 % de media y que se corona a 2.413 metros de altitud. Sus números dicen que podría haber sido determinante en muchos Tours… la historia que no lo fue en ninguno. Aún así para llegar a su cima hay que sudarlo, y de lo lindo. El premio, las vistas a los dos lados de los Alpes, simplemente espectaculares.

Para el miércoles había que cambiar de valle y la cima que estaba en mitad era… Galibier. Segunda cita con el coloso alpino y esta vez por su vertiente más ‘liviana’ la de Lautaret desde Briancon. Hasta coronar Lautaret puedes hasta ir mirando el paisaje, pero después, cuando se pasa de los 2.000 metros de altitud arranca la dureza de Galibier, que se hace difícil vayas al ritmo que vayas. Eso sí, a nadie amarga un dulce con nombre mítico.

El descenso de Galibier por Telegraphe se hace tan largo que hay que parar en Valloire para el avituallamiento. Después quedaba un segundo plato al llegar a Saint Jean de Maurienne. Calor extremo y una subida por tornantis (curvas de herradura en italiano) al Col du Mollard por su vertiente de Villargondran. No menos de una cuarentena en los 10 kilómetros que la separan de Albiez Le Jeune, y lo mejor, entre un bosque tan frondoso que rebajaba la temperatura de 5 a 8 grados. Ideal para seguir pedaleando. Incluso con el suplemento de otra decena de kilómetros más hasta el cartel de cima (si no… no se ha subido el puerto), para acabar un etapón de 130 kilómetros y más de 3.000 metros de desnivel.

La siguiente etapa es la ‘niña’ de los ojos de nuestra Post Marmotte. Corta, solo 100 km, pero intensa y con un entorno duro y enigmático. Salida hacia el desconocido Col de Chaussy, que regala a la vez desniveles, descansillos y desfiladeros con vistas dignas de película. Descenso hasta La Chambre para afrontar la constancia de La Madeleine. Números de puerto Tour alpino de toda la vida. Largo, 19 kilómetros y con un martillo pilón del 8% de media, que te machaca todo lo que desees, para coronar a los 2.000 metros después de haber subido 1.500. Circulo cerrado que solo cuatro profesionales Bardet, Caruso, De Clercq y Buchmann (Strava Dixit) han conseguido subirlo en menos de una hora.

Reto por sí solo después de ya casi una semana salvando desniveles por los Alpes. Meritorio llegar a la cima para ver todo el Macizo del Mont Blanc y disfrutar del reposo del guerrero en forma de avituallamiento. Pero la etapa no acababa aquí. Había postre en forma de Lacets de Montvernier. El Tour los descubrió al público y desde entonces es inevitable no pasar por sus interminables curvas enlazadas. Un obra de ingeniería que el ciclismo ha sabido dar relevancia… y a que nosotros nos sirvió para terminar una etapa de 100 kilómetros y 3.200 metros de desnivel. Casi nada.

Para el último día faltaba otro de los colosos míticos del Tour, la interminable Croix de Fer, que además salía justo desde la puerta de nuestro hotel. Es uno de esos puertos que llevan toda la vida sonando en la cabeza cada vez que llega el mes de julio. Son treinta kilómetros a un porcentaje medio del 5,5%, con sus descansillos y bajaditas. Pero en el que la distancia y el esfuerzo van minando la moral, sobre todo cuando descubres que la zona más dura, 6 kilómetros al 8,5% de media, es justo el final. Allí la carretera se vuelve de los años 50, estrecha, con baches y con curvas, y el paisaje agreste. Toca dar el penúltimo do de pecho.

Después hay que bajar Glandon para llegar a Oz. Avituallamiento y final en una de las caras B de Alpe d Huez. Comienza en Allemont, el mismo lugar donde arranca Glandon, pero busca el Pass de la Confession. También tiene curvas de herradura y en sus nueve kilómetros una media de más del 7%, pero siempre ha estado a la sombra de Alpe d Huez. Quizás porque el falso llano desde Villard de Reculas hasta Huez le resta dureza (pero le aumenta belleza con un desfiladero/palco con vistas a los Alpes). En Huez su une a la subida mítica del Tour. Las últimas pedaladas en el lugar donde arrancó este viaje. Cerrando el círculo. Que, ojo, volveremos a abrir para 2019.

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