Podía llamarse Mortirolo, Zoncolán o Angliru, pero son demasiado cortos. Podría adoptar la denominación de Galibier o Agnello, pero tiene porcentajes por encima 15% que no poseen estas dos cimas. Quizás Tourmalet, pero es mucho más inconstante y duro. Y ni punto de comparación con el Alpe d´Huez, con menos distancia y la mitad de dureza. Lo tiene todo para ser un gran puerto, pero le falta la épica de un puñado de ciclistas profesionales sufriendo por sus cuestas en una gran ronda por etapas. Se llama el Pico de las Nieves y es hasta ahora el puerto más duro que he ascendido (y llevo algunos en la buchaca).
TODAS LAS FOTOS DE LA DURA SUBIDA AL PICO DE LAS NIEVES BY IÑAKI LOPETEGUI
Y eso que hay que dar gracias a Ángel Bara, organizador de La Cicloturista y la Subida al Pico de las Nieves, porque es benevolente y resta algún esfuerzo a los participantes en La Cicloturista. Las ascensión oficial parte de Agüimes, a 300 metros sobre el nivel del mar, y finaliza en el Pico de las Nieves, a 1950. Por medio hay 23 kilómetros y alguna bajada, así que echen cuentas del desnivel acumulado y del porcentaje medio. El gesto de caridad es que bien podría partirse de Vecindario, justo al nivel del mar… entonces la tortura sería completa. No en vano la leyenda cuenta que Roberto Heras pasó de subirlo hace años porque todavía estaba en pretemporada, que Chiappucci tuvo que entregar la cuchara ante varios cicloturistas y que Contador dijo algo así como… Si lo no sé no vengo.
En la línea de salida de Agüimes nos presentamos muchos valientes y un gran puñado de inconscientes que sólo habíamos visto la subida en los papeles. En principio nada que temer. 22 kilómetros para arriba, de refresco y a casa. Misión sencilla para los habituales de cicloturistas de más 200 kilómetros y seis puertos. El problema ya se presentó de salida, cuando mirabas las bicicletas y las piernas de los participantes, la mayoría esculpidas y de músculos finos y bien definidos.
El segundo problema surgió nada más darse la salida.Los primeros 6 kilómetros, de porcentajes siempre cercanos al 8%, se subieron a todo trapo. Como si la etapa se fuese a acabar enseguida. Ritmo infernal, 20 por hora cuesta arriba y de pronto una pared en forma de carretera que los carteles denominan la Pasadilla y los cicloturistas conocen como La Pesadilla. No es un mero juego de palabras. Razones hay de sobra.
Después de un repecho de un kilómetro al 15% se suceden rampas del 17%, del 19% incluso alguna por encima del 20. Además de esas mantenidas que te obligan a mirar para atrás a comprobar si la rueda de atrás se pinchó. Sigue hinchada a tope, aunque quizás no te hubiese importado que estuviese pinchada para tener que bajarte y cambiarla. A veces un pinchazo a tiempo ahorra muchos esfuerzos.
Y mientras te pierdes en los pensamientos las rampas siguen por encima de los dos dígitos. Un 9% es un descansillo. Toca sufrir un kilómetro más, y otro. Así hasta siete interminables. Una pared en toda regla que te deja el maillot listo para ingresar en la lavadora y que te lleva al cruce de Cazadores, donde el puerto se hace humano. El gran problema es que restan otros 12 más hasta la cima y siempre con alguna pared por el camino que vuelve a parar el avance de la bici.
Retorna el dolor de piernas. Esta vez no son las rampas, sino el esfuerzo acumulado, que te cae sobre la espalda como una mochila cargada de piedras. Y vuelves a tocar la maneta del cambio y te vuelve a responder con un sonoro, “no hay más piñones chaval, con esto tienes que llegar a la cima”. Así que toca volver a remar. Es más, hasta llegas a maldecir algún pequeño descenso, porque sabes que después la rampa será bestial.
Sólo cuando ves el cartel de uno a meta encuentras la luz. El cerebro empieza a funcionar porque baja de las 180 pulsaciones y te das cuenta de que este esfuerzo extra de pretemporada tendrá una recompensa. La primera, un avituallamiento goloso, aunque parece mentira que en sólo 22 kilómetros puedas haber hecho tanta hambre. La segunda en el día de ayer nos la chafó la niebla, porque las vistas desde el Pico de las Nieves son de esas de postal y ensueño.
No está todo perdido amigo. Después de coronar toca emprender camino hacia Mogán por 45 kilómetros de descenso entre un millón de curvas. Terreno para maestros y nadie mejor que un tal Marino Lejarreta para dar una lección magistral de cómo negociar una bajada. Sólo hay que fijarse en la forma de tumbar la bicicleta y de encadenar las curvas y apretar los dientes para seguir las lecciones del maestro a rueda y seguir aprendiendo. Debería ser materia de examen en las escuelas de ciclismo.
Y por el camino una sombra en forma de negro y azulSky Team portando una Pinarello Dogma. Alto, delgado y de piernas zancudas. Pienso en Froome. Miro a Luis García Landa y me asiente. Podría ser. Nada extraño con las carreteras que hay en la isla de Gran Canaria para entrenar.
Eso sí, casi me da pena llegar a Puerto de Mogán y devolver la Cannondale EVO. Es mi último día en La Cicloturista, pero algo me dice que no tardaré demasiado en volver. De Gran Canaria me llevo en tres días más de 300 kilómetros en bicicleta, unos 5.500 metros de desnivel acumulado y un nuevo moreno agrocicloturista que no podré lucir en la península con los compañeros de grupetta. Y es que a 25 grados la vida sobre la bicicleta se ve de otra manera.